sábado, 27 de febrero de 2021

LA LUZ Y LA TINIEBLA


Georges de La Tour, ‘El recién nacido’, Musée des Beaux-Arts, Rennes.

 

Se llama tenebrista a La Tour, pero por la misma razón se le podría llamar luminista. En el primer día de la Creación, según el Génesis, Yavé creó la luz, y le pareció buena. Entonces separó la luz de las tinieblas primigenias, y de ese modo dio comienzo a la construcción ordenada del mundo.

La Tour realiza una operación parecida. Observen cómo el espacio toma forma y se delimita a partir de la luz de una vela cuyo brillo ni siquiera alcanzamos a ver, porque la mujer colocada a la izquierda lo tapa para nosotros. Es esa luz apantallada por la mano la que crea el espacio pictórico y establece las leyes que lo rigen: las distancias, las perspectivas. Fuera del círculo de luz, no hay nada. Dentro del círculo, toda la luz se derrama sobre la figura resplandeciente del recién nacido.

¿Es un cuadro religioso? No hay ninguna indicación al respecto. La tradición señala cómo nació Jesús en un establo, y la figura del primer plano que sostiene la vela no es congruente con el relato evangélico.

Pero esa figura podríamos ser nosotros, un “nosotros” colectivo y alegórico, aproximándonos a un gran misterio provistos de un principio luminoso (¿la fe?) capaz de desvelar lo que a todos los efectos estaba oculto. Y en ese sentido, sí se trataría de una composición religiosa, muy en la línea de aquel rigor introspectivo del cristianismo jansenista de Port-Royal, y muy distinta de la explosión de luces hirientes y sombras profundas de un Caravaggio.

Por más que los historiadores del Arte tengan a La Tour por discípulo del napolitano.