martes, 2 de febrero de 2021

EL VICEPRESIDENTE INCONTINENTE

 


‘The singing butler’, El mayordomo cantante, de Jack Vettriano (1992). Colección particular.

 

Y luego, incontinente,

caló el chapeo, requirió la espada,

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

(Miguel de CERVANTES)

 

Un vicepresidente que tenemos por aquí ha señalado a Salvador Illa como el candidato de los poderes mediáticos a la Generalitat, si bien es preciso hacer constar que a él mismo le encanta lo mismo que critica, y de hecho su propia presencia en los medios, computada tanto en portadas como en entrevistas prime time, supera en mucho a la del criticado.

Voces anónimas de la ribera del Genil han bautizado a nuestro hombre como el porculero. Como no se trata de un vocablo admitido por la Academia de la Lengua, no sé darles una definición solvente: ustedes mismos tendrán que hacerse una composición de lugar a partir de los datos conocidos.

Añado uno. En una de las profusas entrevistas con las que ameniza la mediocridad de nuestras vidas, ha dicho el vicepresidente que, si él pudiera, no le temblaría el pulso para nacionalizar a las farmacéuticas cuando de ello se derivara un bien para la salud del pueblo. A continuación ha confesado que es algo que no puede hacer, porque tan solo cuenta con 35 diputados en el Congreso.

Vamos por partes. Primero, no deja de ser un sueño de la razón nacionalizar a empresas como Pfizer o AstraZeneca, mayormente porque no se trata de empresas de capital nacional, sino multinacionales. Entonces, si la posibilidad de nacionalizarlas es más menos igual a cero, ¿qué sentido tiene cantar el “ah, si yo pudiera, bisubidú bidú bidúa?” Ninguno.

Segundo, quien se expresa de ese modo no es un pirata de la Malasia que tiene izada la bandera negra en el mástil de mesana, y 35 tigres de Mompracem dispuestos a todo por la causa de arrancar presas a despecho del inglés. Obvia el infrascrito el detalle de que es vicepresidente (segundo, de un total de cuatro) de un gobierno normalmente constituido, que está gobernando el país todos los días, sin faltar uno. No es que no pueda él con sus 35 leales; es que no pueden ni el gobierno en peso ni la mayoría parlamentaria que lo apoya, y por esa razón ni se plantea. La pertenencia a un gobierno serio impone cierta seriedad y contención a sus componentes. Por lo común, todos se comportan, y uno no se explica por qué no lo hace el sujeto en cuestión.

Por qué razón, su actitud viene a ser la del tertuliano de barra de bar después de la quinta ronda de consumiciones alcohólicas para adobar el despotrique habitual sobre la política y los políticos: “Fijaos lo que os digo, esto lo arreglaba yo en diez minutos. Nacionalizaba las farmacéuticas y me quedaba tan ancho. No me temblaría el pulso…”