domingo, 28 de febrero de 2021

UNA PROPOSICIÓN INOCENTE

 


Roser Martínez (sentada) con Carmen Martorell, en Poldemarx.

 

De nada sirve cambiar de cielos cuando se navega, si no se cambia también de alma. Es un verso célebre del poeta latino Horacio, y un buen consejo a navegantes, de aplicaciones múltiples. Por ejemplo, cabe aplicarlo a la reciente resolución de la dirección de En Comú Podem, que propone la formación de un gobierno de coalición con ERC con apoyo externo del PSC, para salvar los vetos cruzados y dedicarse por fin a la política de las cosas.

Lluís Rabell, en la última entrega de su blog, emplea una metáfora más directa e hiriente que la de Horacio para expresar la misma enmienda a la totalidad: sería ─dice─ dar al vaticanista Junqueras la eucaristía sin confesión.

Sería, negro sobre blanco, permitir a la dubitativa ERC, el partido político más confuso de Europa, mantener tanto su identificación espiritual con el procesismo como el control absoluto y antidemocrático de los medios públicos de comunicación, a cambio de rogarle que se esfuerce en arreglar algunos de los desaguisados que ha patrocinado por activa y por pasiva desde las instituciones catalanas en los últimos tiempos (en algún caso ultimísimos, de ayer mismo sin ir más lejos).

Sería darle la manija de las operaciones, y un cheque en blanco en cuanto a la forma de emprenderlas.

Lo que pretenda conseguir Jésica Albiach por esa vía es para mí un misterio. Rabell barrunta que se trata de una toma de posición mediática, sin recorrido ninguno. Dicho de otro modo, un aria de bravura. Un aria de bravura “más”, hago hincapié en el adverbio. Aquí no se percibe ninguna clave para desatascar la situación; y sí, únicamente, una confirmación tardía de la fascinación morbosa que ejerce la idea-fuerza de la independencia en el ánimo de unas opciones situadas en teoría en la izquierda pero convencidas, como el Arlequín de Goldoni, de que es perfectamente posible servir simultáneamente a dos amos y dejar a ambos satisfechos.

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Ayer falleció Roser Martínez Saborit, una histórica de las CCOO catalanas. Roser perteneció, como yo mismo, a aquella generación de sindicalistas que asumió el compromiso de crear una organización sólida donde solo o casi solo había un movimiento con sus característicos puntos altos ─muy altos─ y bajos ─bajísimos─ a partir de la realidad de las luchas de las fábricas y de la repercusión ciudadana que estas tenían. Entre aquella primera fase caracterizada por las coordinadoras y la extensión solidaria de las luchas, y la constitución de una central confederal edificada sobre unos cimientos sólidos, hubo por medio mucho trabajo sacrificado y militante. Tito Márquez, Ángel Rozas, Paco Frutos, Pepe Tablada o Jordi Santolaria, que ya han muerto, y otros como Tomás Chicharro, Jaime Aznar, José María Rodríguez Rovira, Bibiana Bigorra, más los dirigentes de las grandes Uniones y de las primeras, vacilantes, Federaciones, asumieron (asumimos) ese compromiso, más allá de la actividad de base de los líderes de las fábricas.

El trabajo de Roser se centró en las finanzas. Fue una compañera alegre y animosa, pero también de una exigencia absoluta, no solo y por descontado hacia ella misma, sino hacia los demás. Las cuotas son la sangre del sindicato, y las cuotas tenían que fluir de forma transparente, sin meandros ni retenciones, con comprobantes y recibos, con prioridades bien marcadas, para evitar lo que en algunos momentos se rozó: la bancarrota del proyecto.

Las broncas de Roser a los responsables de las finanzas fueron legendarias. José Luis López Bulla, su compañero, la ha llamado “gloria y flagelo” del sindicato. Es exacto, fue las dos cosas, y fue una gloria del sindicato precisamente porque aplicó la dura lex del flagelo, y no la norma acomodaticia del conchabeo.

Descanse en paz. Pocas personas lo habrán merecido tanto.