miércoles, 17 de febrero de 2021

INTEMPERIE


 De izquierda a derecha, Federico Martelloni, Joaquin Aparicio, Andrea Lassandari, Guido Balandi, Gigi Mariucci, Antonio Baylos y Umberto Romagnoli. Al fondo a la derecha, Joaquín Pérez Rey y Pedro Guglielmetti. Toledo, septiembre 2019. (Foto tomada en préstamo del blog ‘Según Baylos’)

 

Se extiende la sensación de desamparo y provisionalidad. La pandemia nos mantiene apartados de los ámbitos en donde acostumbrábamos a socializar, el asociacionismo ha recibido un golpe mortal porque los clubs de lectura, los ciclos de conferencias y las sociedades corales se ven obligados a subsistir a base de webinares, y Amazon ha sustituido al librero de confianza que nos señalaba la novedad editorial más adecuada a nuestras preferencias lectoras.

También las patrias se desentienden de algún modo de nosotros. Algunas nos abruman con símbolos y con banderas, pero las banderas y los símbolos se han banalizado y son referentes vacíos. (También la bandera y el escudo del Barça, el último mito mohicano de un catalanismo autosatisfecho en disolución acelerada.)

Ocurre también con los partidos políticos. No es que fueran gran cosa últimamente, pero el hecho de que incluso el todopoderoso PP se precarice, ponga en almoneda su sede social y se busque la vida en la selva urbana que contribuyó a crear, es cuando menos sintomático.

Antonio Baylos ha publicado en su blog un hermoso “desahogo” sobre el tema: habla de lo que representó en la agonía de la dictadura el partido clandestino como tejido social en el que nos encontrábamos y que nos ofrecía refugio, protección, y certezas desde las que afrontar la dureza de una realidad llena de aristas cortantes (1).

Era otra época, hoy toda nostalgia nos está prohibida. La aldea global ha avanzado a golpe de revoluciones tecnológicas mientras las otras, las revoluciones sociales, han ido cayendo en el descrédito. Hay quien se moviliza con el fondo de las letras raperas indecentes de Pablo Hasél, pero la cosa no va más allá de la consabida quema de contenedores y el atraco ritual a los comercios.

Tenemos por delante un gran desafío: el de construir, en lugar de seguir destruyendo indefinidamente. Inventar alternativas donde nos dicen que no las hay. Tender puentes (nunca levadizos) y cruzarlos para ir en busca de los otros, en lugar de dar vueltas y vueltas en soledad, en las rotondas oscuras saturadas de flechas indicadoras que no llevan a ninguna parte.

El hombre NO es un lobo para el hombre. No por naturaleza.

 

(1) https://baylos.blogspot.com/2021/02/desahogo-electoral-la-cuestion-nacional.html. Se recomienda leer despacio, línea a línea; no en diagonal.