miércoles, 10 de febrero de 2021

HISTORIA DE CALIBÁN, POR JORDI AMAT

 


William Hogarth, ‘La Tempestad’. Aparecen de izquierda a derecha Ariel, Próspero, Miranda y Calibán.

 

Con “El hijo del chófer”, Jordi Amat nos ha regalado una historia singular y memorable en muchos aspectos, aunque no agradable. Omito las razones que le movieron a contar precisamente “esta” historia, él mismo lo ha hecho en una «Nota del autor», colocada después del Epílogo y tan apasionante como el texto mismo. Señala allí, sin equívoco posible, por qué lo que explica es «moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialmente necesario. Se trataba de buscar la verdad oscura que el poder esconde para perpetuarse.»

Alfons Quintà, el personaje biografiado por Amat, es en este contexto un hilo conductor, no un protagonista. Paradoja, juego de espejos, foco en gran angular. Si bien la lente de aumento está fija en Quintà, lo que escudriña es, sobre todo, lo que hay a su alrededor. Amat explica también su método: «La simple elección de escenas descritas con una intencionalidad fiel, podía ser un mecanismo literario para revelar las trampas ocultas del funcionamiento de la sociedad.»

“El hijo del chófer” es entonces la historia de una doble degradación, personal y social, que toma la forma de una curva parabólica: el primer brazo de la curva dibuja una ascensión poderosa, de alguna manera irresistible; el brazo siguiente muestra una caída que se produce sin solución de continuidad porque estaba implícita ya en las razones y las circunstancias del anterior ascenso.

En esa historia de una “Tempestad” shakespeariana, Quintà representa el papel de Calibán (lean bien, no he escrito Talibán). La característica de Calibán (hijo de la bruja Sycorax y el diablo Belfagos, que la visitó en el curso de un aquelarre) en la trama de la comedia es doble: está de un lado su deformidad evidente; del otro, su utilidad. Próspero, el mago que le tiene esclavizado, se refiere a él con estas palabras (en diálogo con Miranda, acto I): «Ven conmigo, visitaremos a Calibán, mi esclavo, que nunca nos da una contestación amable.» Miranda le responde que es un villano, y no le agrada verle. Y dice entonces Próspero: «Pero, como quiera que sea, no podemos pasarnos sin él.»

En el curso de la historia puesta en escena por Shakespeare, Calibán ofrece sus servicios a Esteban, el despensero borracho que lo engatusa dándole de beber vino de jerez, y trama un complot para asesinar a Próspero mientras duerme y convertir a Esteban en rey de la isla. El complot fracasa, pero Próspero perdona a su esclavo a cambio de que le arregle “cuidadosamente” la gruta. Una parte de la prosperidad de Próspero la debe a su instrumentalización del deforme Calibán; la esencia del poder incluye siempre una sustancia oscura.

Alfons Quintà participó en su adolescencia, como mero oyente, en las charlas de contenido político sostenidas en Llofriu por Josep Pla, Jaume Vicens Vives y un pequeño séquito de acompañantes secundarios a los que Amat denomina el “Camelot” de Pla. El joven Quintà, cuando necesitó un favor de Pla, le escribió amenazando contar lo que sabía a la policía franquista, si Pla no arreglaba sus cosas. El rasgo define al personaje.

El Camelot de Pla soñaba con una Cataluña libre, moderna, dueña de su destino, bien implantada en el mundo. A aquella pequeña constelación de conspiradores, de la que desapareció Vicens demasiado pronto, se fueron agregando más tarde personajes como Pere Duran Farell, Ramon Trías Fargas, Manuel Ortínez, y en los momentos críticos de la transición, Josep Tarradellas y Josep Benet, entre otros. Con todos interactuó Quintà, el dueño de los secretos. Pero no fue ninguno de ellos quien prevaleció, a pesar de la inteligencia y el glamour que irradiaban colectivamente. El papel estelar de Próspero vino a recaer en quien tuvo mayor ambición de poder personal y menos escrúpulos: Jordi Pujol, un banquero fallido hijo de un traficante de divisas.

Y Pujol, amo de Calibán y por Calibán odiado, transmutó el juicio por la quiebra fraudulenta de Banca Catalana en un atentado contra una Cataluña inmemorial e indetectable, arcaica en lugar de moderna, sagrada y suprema en su brillante fachada externa, y llena de recovecos y escondrijos en su interior miserable.

Cataluña tal como ahora la vemos.