jueves, 4 de febrero de 2021

SOBRE LA COLABORACIÓN PÚBLICO-PRIVADA

 


Ana Botín, defensora de los humildes.

 

Nada más lejos de mi intención que practicar la crítica negativa, pero me parece sospechoso que en la portada de La Vanguardia aparezcan sucesivamente un artículo patrocinado por Vodafone en alabanza de una colaboración público-privada dedicada a impulsar “ciudades inteligentes”, y una proclama de la señora Botín reclamando del gobierno “ayudas para las pymes y los autónomos”.

Ni Vodafone ni el Banco de Santander son entidades benéficas que actúan sin ánimo de lucro. Son empresas en el sentido amplio y nebuloso que tiene hoy mismo la palabra “empresa”. Podríamos especificar un poco señalando que se dedicaban a prestar un servicio remunerado a una amplia clientela incluida toda ella en el sufrido concepto de ciudadanía.

Hasta ahora. La sufrida ciudadanía, sin embargo¸ no alcanza a cubrir las expectativas de beneficio de unas entidades caracterizadas por un ánimo muy decidido de lucro. Estas entidades siempre han defendido el ámbito privado como el idóneo para el desarrollo de su actividad. Para decirlo todo, han abominado repetidamente de la injerencia de lo público en su esfera de negocio. El control les desazona, y les subleva la obligación de pagar a lo público (la Hacienda pública, para ser precisos) una parte de sus ingresos que consideran desmesurada sea cual sea su tasa porcentual.

Y sin embargo, son precisamente ellas las que ahora alaban las virtudes de una colaboración público-privada. Lo que plantea Vodafone, yendo al fondo de la cuestión, al ser la digitalización una de las prioridades señaladas por el gobierno para la reconstrucción de la economía, es su aspiración a suscribir jugosos contratos con los municipios más poblados y complejos. “Ciudades inteligentes” es un eslogan atractivo, sin duda. Podrían utilizarse otros calificativos, sin embargo; la inteligencia de las cosas es siempre dudosa, y según un estudio, la toma electrónica de decisiones para la guía de un automóvil “inteligente” es bastante defectuosa en comparación con el comportamiento de una cucaracha normal al circular por el entorno.

Si prescindimos de nuestra propia inteligencia hasta el punto insensato de entregarnos atados de pies y manos a la sabiduría de los algoritmos, no hace falta ser el profeta Jeremías para vaticinar que la cosa acabará en desastre. Nos tenemos a nosotros mismos por tontos, pero nadie se cuidará de nuestra protección y previsión si no espabilamos lo bastante para atender ─mejor o peor, según los saberes de cada cual─ a nuestros propios asuntos.

En cuando a la reclamación de la señora Botín, me parece sospechoso que se haga portavoz de las pymes y los autónomos en la reclamación de ayudas públicas. En la teoría neoliberal con la que comulga, es la banca privada la que cumple su función social prestando un servicio remunerado a los sujetos económicos. El gobierno (cualquier gobierno), sinónimo de ineficiencia en la distribución de los recursos, debe mantenerse enteramente al margen de las tareas de intermediación a las que las entidades bancarias privadas dedican todos sus mejores afanes.

Sin embargo, la masa dineraria que maneja su empresa ha descendido peligrosamente, debido a las restricciones de las actividades económicas traídas por la pandemia. Hace poco, se han hecho públicas sus “pérdidas” (su lucro cesante, obviamente) en el ejercicio 2020: 8.771 millones de euros.

Es en este contexto donde cobra todo su sentido la reclamación al gobierno y la tan deseada colaboración público-privada: se trata de que el sector público inyecte (a fondo perdido) liquidez en el vasto mundo de la pequeña empresa y los autónomos, para reflotar de ese modo la cifra de negocios de la entidad que aspira a vehicular la necesaria intermediación. De ese modo las aguas se amansarán, los accionistas ahora inquietos por sus inversiones recibirán el cupón correspondiente, y todo volverá al orden idílico preconizado por la economía liberal.