jueves, 8 de abril de 2021

LA LEYENDA DE RAFAEL

 


Rafael Sanzio, ‘Ritratto di giovane donna’, 1518-19, Galería de Arte Antiguo, Roma. Es verosímil que la mujer retratada sea la Fornarina. El gesto de acariciarse el pecho no tiene el significado que ha adquirido en la actualidad debido a las exigencias de Instagram: solía indicar en la época que la joven retratada estaba encinta. Vaya usted a saber en qué paró todo aquello.

 

Hace un par de días ronda por mi mesa un apunte sobre Rafael Sanzio, el pintor que nació y murió en viernes santo. Su muerte ocurrió un 5 de abril de 1520, el lunes pasado su cumplió el aniversario. Tenía 37 años, y la leyenda afirma que la causa de su muerte fueron sus excesos sexuales con una amante precisa: Margherita Luti, conocida como la Fornarina porque su padre tenía un horno de pan.

Viene de muy lejos la teoría de que los excesos sexuales matan; incluso, la de que un exceso de masturbación seca la médula espinal. Son consejas difundidas por los frailes, que tienen una tendencia desmesurada a predicar aquello de la copla sobre la niña Isabel: “ten cuidado, donde hay amor hay pecado.”

La incontinencia habría puesto fin asimismo a la preeminencia de la casa de Barcelona al mando de la Corona de Aragón. Martín “el Joven”, hijo y heredero del rey Martín, obtuvo en una expedición catalana a Cerdeña una victoria clamorosa sobre la levantisca nobleza sarda. A guisa de venganza, y en el estilo de lo que ya había sucedido entre Judit y Holofernes en los tiempos bíblicos, los nobles derrotados le enviaron como regalo de alcoba a una joven de belleza legendaria y arrebatadora, la “bella de San Luri”, que no cortó la cabeza al general vencedor pero lo llevó tan al extremo de la proeza sexual que el muchacho atrapó unas fiebres y palmó en cuatro días.

Eso se dijo. El rey Martín, famoso a su vez por lo moderado de sus apetitos sexuales (la glotonería era enteramente otra cosa, como suele suceder asimismo con los frailes castos), se interesó por la muchacha y se ofreció a través de intermediarios a dotarla y hacerse cargo del potencial fruto de su pecado, si lo hubiere. No fue el caso, y a la corta la dinastía se extinguió por falta de heredero varón y nacido de matrimonio bendecido.

Vuelvo a Rafael. En un primer canon decimonónico de la pintura renacentista, fue colocado en el ápice, por encima de Leonardo y de Miguel Ángel, cuya pintura habría culminado y resumido. Leonardo fue en efecto su maestro reconocido, en su etapa florentina. Y cuando marchó a Roma con el encargo de decorar las estancias vaticanas, tuvo a Miguel Ángel a dos pasos, pintando la Capilla Sixtina.

Miguel Ángel cogió una tirria inmediata y feroz al intruso, que no trabajaba solo sino acompañado por un profuso “taller” de ayudantes. La Sixtina fue cerrada a cal y canto para toda clase de público; nadie podía ver sus pinturas in progress del techo, que se veía obligado a realizar en una posición incómoda, tumbado boca arriba sobre un andamio. Rafael, sin embargo, sobornó al hombre de las llaves y pudo fisgar lo que trajinaba el Buonarrotti. De no haberlo hecho, posiblemente nunca habría pintado “La Escuela de Atenas” en ese formato monumental. Miguel Ángel montó en cólera al ver las Estancias acabadas, y siempre dijo que todo lo que valía en la pintura de Rafael era en realidad cosecha suya.

El gusto y la “maniera” de Rafael se prolongó en pintores como Del Sarto, el Sodoma, Luini, Boltraffio. Ya entrado el siglo XX el gusto cambió y un crítico de arte muy serio, Bernard Berenson, sostuvo lo siguiente (en “Los pintores italianos del Renacimiento”, 1926): «Rafael no es un artista en el mismo sentido que un Miguel Ángel, un Leonardo, un Velázquez o un Rembrandt. Fue un maravilloso ilustrador y un poeta del espacio. Pero su éxito fue también su ruina, obligado como estaba en los últimos años de su breve existencia a trabajar demasiado deprisa, limitado a dirigir el trabajo de un sinnúmero de ayudantes…»

Su Ritratto di giovane donna, sea o no la Fornarina, da una muestra acabada de la agudeza y el encanto de su pincel cuando no se deja llevar por la facilidad de la estampita en algunas de sus muy publicitadas Madonnas.