domingo, 25 de abril de 2021

¡VÓTAME, IDIOTA!

 



El ministro de Universidades Manuel Castells en el Congreso. La innovación en los modos de la política no ha venido sin embargo de la izquierda, sino de la derecha.

 

Elles sont révolues
Elles ont fait leur temps
Les belles pom, pom, pom, pom, pom, pompes funèbres

Georges BRASSENS, ‘Les funérailles d’antan’

 

Las bellas pom pom pom pompas parlamentarias asociadas al llamado Régimen del 78 han fenecido. Tuvieron su cuarto de hora de gloria, pero lo que se lleva ahora es un modelo no más informal exactamente, sino, cómo llamarlo, más cuartelero. No de camiseta decorada, sino de uniforme de faena para imaginarias de cocina.  Echaremos de menos aquellos debates cara a cara moderados por Campo Vidal, o cuando los candidatos desfilaban por la pasarela mediática para declamar la síntesis última de su mensaje en un minuto. Ahora del minuto sobra cuarto y mitad, lo que se estila es disparar con lanzallamas: “Oiga, dispense pero lo que usted afirma no es exactamente cierto.” “Tú cierra el pico, amargao, capullo.”

El debate de la SER fue un anticipo de lo que será la moda electoral primavera-verano del 21. Ha sido objeto de la atención de muchos la expeditiva dialéctica “a quemarropa” de Monasterio (“Lárgate de una vez, lo estamos deseando todos”, a Iglesias), pero lo verdaderamente novedoso ha sido la proeza de Isabel Ayuso, que no asistió al debate pero luego se proclamó vencedora del mismo por KO. Mariano ya lo había hecho antes, ¿recuerdan?, pero con sosería y mandando a Zoraida Santamaría en su lugar, de modo que apenas si se notó. Ayuso ha dado un paso más en la misma dirección abismática: un gran salto adelante, diríamos. Para ella el medio ya no es el mensaje, como predicó Marshall McLuhan en otra galaxia sociopolítica: para ella el mensaje consiste en quitarse de en medio primero, y decir luego que fue la única que sí estaba. “Votarme ya y dejarse de tonterías, que no tengo tiempo para dedicarlo a mindundis.”

Veremos lo que da de sí el nuevo trend. Viene avalado por el prestigioso Steve Bannon, que no ha conseguido salvar al Pato Donald Trump de la quema, pero ha marcado estilo. La “gente” (esa abstracción demodée) tiende a obedecer a los automatismos implantados, y cuando alguien grita “¡Firmes!” en tono de mando un pelín gangoso, hay posibilidades de que un porcentaje estimable de personas se cuadren, sin saber muy bien por qué.

Otro porcentaje también estimable replicará: “Porque tú lo digas.” Pero esa eventualidad está también prevista en los correspondientes argumentarios (ya no se llamarán así, por cierto, en el nuevo orden del campañeo electoralista, sino “zascamentarios”, término más acorde con la sustancia implícita en la dialéctica). Ante una réplica en ese tono, la lideresa de turno fruncirá la naricita, soltará un lagrimón, meneará la cabeza a uno y otro lado, mirará de reojo con picardía disimulada, suspirará hondo y declamará, en tono soñador: “No sé por qué nos odian tanto.”