jueves, 22 de abril de 2021

VICIOS PÚBLICOS Y VIRTUDES PRIVADAS, EN MADRID

 


Mariana Mazzucato y la vicepresidenta española Teresa Ribera, en una foto de 2019 (fuente Twitter).

 

Los argumentos de mayor peso para una hegemonía de las derechas, no los están dando en la campaña electoral madrileña Ayuso y Monasterio, que naufragan en cuanto se salen del latiguillo memorizado; sino Florentino Pérez que, paradójicamente, no interviene en la campaña.

Las derechas van de eso: lo público ha de estar al servicio, no de la ciudadanía, sino de las élites. En la mentalidad florentiniana, todo el entramado de organismos, controles, dedicaciones y esfuerzos que han dado como resultado el actual florecimiento del fútbol-espectáculo, deben ser nada más la peana sobre la que se construya el novamás rutilante de una Superliga que encandile a las audiencias, acapare la publicidad y permita a los seres superiores proseguir su tradicional política de firmar cheques en blanco para los grandes fichajes de las estrellas deportivas.

El resto, como dijo Shakespeare, es silencio. Gentes sin pedigrí que se agolpan en la puerta de organizaciones de beneficencia no gubernamentales. “Mantenidos”, dice Ayuso, pero no es ella quien los mantiene, sino una red precaria de solidaridades dependientes de la militancia y la buena voluntad de muchos “rogelios”. Se trata ahora, para Ayuso y Monasterio, de eliminar esa red de forma drástica; porque ayuda a los menas, que son okupas y violadores en embrión, pero sobre todo porque entorpece el libre juego del mercado global, tan necesitado, por culpa de la pandemia, de nuevos estímulos para hacer crecer de forma satisfactoria la cifra de negocios.

Lo de Florentino es un canto a la desigualdad como base última del deporte, y una reclamación del voto popular para acabar con las rigideces que imponen, al mercado de cracks, organismos como la FIFA, la UEFA, las Ligas y las Federaciones nacionales de Fútbol. Es la desregulación del deporte, que viene en tromba detrás de las del trabajo y del Estado social.

Lean el artículo de Mariana Mazzucato, hoy, en El País. “Reconstruir el Estado” no es, desde luego, lo mismo que “estatalizar” la vida de las personas. Ocurre que hay un impulso muy fuerte para suprimir todas las organizaciones intermedias existentes entre el “individuo egoísta” teorizado por Hayek y Friedman, y el “Poder global” representado por entidades financieras o financiarizadas que no legislan nada propiamente hablando, sino que imponen su voluntad por otros medios (softlaw).

El poderoso Estado-nación, que fue expresión máxima de la soberanía en la época histórica de los imperialismos y los colonialismos, ha pasado a ser ahora una organización intermedia más, que es necesario neutralizar.

“Neutralizar”, no suprimir. El Estado sigue siendo una suculenta fuente de financiación gratuita o muy barata (las tasas tributarias para las sociedades de cartera son un chollo en general, y en la Comunidad de Madrid un superchollo que las superderechas defienden a superultranza). Está bien que el Estado actúe, para repartir pródigamente sus dádivas y sus exenciones con una mano (de seda), y para reprimir con la otra mano (dura, de hierro) a los revoltosos de la contraparte. Pero es inadmisible en cambio que empiece a legislar en cuestiones peligrosas (relaciones laborales, normas fiscales, etc.) que vienen a poner trabas incalificables en la autopista hacia el progreso infinito de las élites autoelegidas.