Imagen compartida de FB, del muro de ‘No
tengo el chichi pa farolillos’
Andamos preocupados
por cómo abrir el melón de las elecciones madrileñas. Empezamos bien, con la
eficaz letanía del “programa, programa,
programa…”, pero apareció Monasterio y nos echó del debate; y Ayuso, su pareja
de baile, ha retrucado que todo su programa se reduce a no encontrarse nunca a
su ex, para lo cual Madrid es una ciudad maravillosa.
(Entre paréntesis, Madrid
sería una ciudad verdaderamente maravillosa si los madrileños hicieran el
pequeño esfuerzo necesario para no encontrarse nunca más, pero jamás nunca, con
Isabel Díaz Ayuso. Les advierto que cambiar de acera no es suficiente.)
Ahora el eslogan que
priva es el “no pasarán”, pararemos al fascismo, etc. Y los sabios dicen que
nos estamos equivocando, que así no se para a los votantes de Vox porque el voto de Vox es un voto gamberro.
Me gusta la expresión
“gamberros”. Hacía unos cuarenta años que no la oía. Entonces los gamberros
éramos nosotros, y los partidarios del fascismo eran la gente seria: obispos,
tenientes generales y procuradores en Cortes, más las damas de la Sección
Femenina, siempre con el misal y el rosario en la mano enguantada, falda
tobillera, tacones altos, peineta clavada en el moño y mantilla.
(Ahora resulta que los gamberros son ellos, y nosotros solo bolivarianos.)
Vale, quizá no estemos
dando con la tecla en eso de parar a los fascistas. Pero no esperen que mañana nos
sentemos juntos en una terraza a tomarnos cañas. Eso, no. No nos doblegarán,
como bien decía Marcelino. Mañana va a ser un gran día.