Relámpagos de agosto
Gian Lorenzo BERNINI, ‘Éxtasis (o transverberación) de
Santa Teresa’ (detalle). Roma, Santa Maria della Vittoria.
«Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma
corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla. [...] No era grande, sino
pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy
subidos, que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman Querubines
[...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me
parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas
veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba
consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.»
Teresa de Ávila, ‘Libro de la Vida’. Capítulo XXIX.3
Bernini plasmó la
transverberación, que algunos llaman éxtasis, de Santa Teresa en un grupo
escultórico en mármol que le encargó el cardenal Cornaro para el lugar en el
que tenía dispuesto ser enterrado, en una capilla de la Iglesia de Santa Maria
della Vittoria, en Roma. El cardenal se excedió en su gusto indiscreto por lo que
los ingleses llaman peeping, ya que
hizo que el artista les inmortalizase a él y algunos familiares sentados en un
balcón desde el que podían observar a su sabor los pormenores de una escena que
por naturaleza ha de tener un carácter rigurosamente íntimo.
Lo que Bernini cinceló con
rigor es lo mismo que queda descrito en el Libro
de la Vida de la santa, y no hay que darle más vueltas. Se las dio don imPío
Baroja, cuando comentó que se trata de una escena de cama en la que se ha
escamoteado el galán. El comentario resulta cínico, habida cuenta que la santa
aparece, en sus propias palabras, “toda abrasada en amor grande de Dios”,
aunque da alguna justificación al mismo el voyeurismo en manada de los Cornaro
asomados al balcón.
La transverberación es,
pueden verlo en el diccionario, una experiencia mística. Todos tenemos nuestra
propia idea de lo que es y no es la mística y lo que es y no es una
experiencia. En la más terrenal de las interpretaciones posibles, el rostro en
primer plano de Teresa expresa mucho más que una adocenada “escena de cama”
como ocurren cada día millones en el planeta.
Valorar de forma adecuada esta
singular pieza escultórica (no conozco otro ejemplo en el que el “alma”, para
expresarlo con un término equívoco, de la protagonista quede tan al
descubierto) es posiblemente, también, un acto de feminismo. Por mi parte
siento un enorme respeto y admiración, tanto por el “arpa” arrumbada en el
ángulo oscuro del salón, como por la “mano de nieve” del artista que ha sabido
pintarla.
Los Cornaro, amontonados en su balcón
de proscenio.