Claudia Cardinale y Jacques Perrin en un fotograma de “La muchacha de la maleta”, de Valerio Zurlini, 1960. (Fuente, Alamy Stock)
Empiezo mi ejercicio de redacción muy lejos del punto de
llegada: ayer murió Jacques Perrin, actor francés relativamente olvidable. Las
reseñas de prensa mencionan por lo general su intervención en “Cinema
Paradiso”, pero yo de esa película no lo recuerdo, sé que estaba ahí pero
mi retina guarda únicamente memoria de Philippe Noiret y del niño. Recuerdo
mucho más a Perrin en “La ragazza con la valigia”, dando el contrapunto
a Claudia Cardinale, y en “Cronaca familiare”, rodada como la anterior
por Valerio Zurlini. Son películas de 1960 y 1962, y en aquel momento daba la
sensación de que Zurlini tenía algo que decir en el cine; pero se fue
desvaneciendo. También se fue desvaneciendo Jacques Perrin, en mi opinión; quienes
de verdad sacaron el empeño adelante en aquellas dos películas fueron Claudia
Cardinale y Marcello Mastroianni. El chico, con su carita de inocencia y de
desamparo, se limitó a ejercer de pareja de hecho de ambos.
Y entro ya en el tema. Hoy es el día de San Jorge, y
escuchen, el santo no fue a fin de cuentas tan importante. Toda su popularidad
se reduce a una lanzada que propinó a un dragón, allá en Anatolia. Sin la
actuación estelar del dragón, que lo dio todo ante las cámaras, San Jorge
habría quedado como un fifiriche, un pagafantas, un Nicodemo auxiliador de princesas
en apuros.
En Londres, creo que por Fitzrovia aunque puedo estar
equivocado, vi una preciosa muestra de un pub, en relieve policromado, que
representaba la Gran Lanzada. El nombre del pub era “George & Dragon”. Una
pareja legendaria, literalmente hablando.
En toda la historia del Dragón y su célebre acompañante, los
libros no aparecen para nada. Los libros llegan a la escena mucho más tarde,
por la coincidencia de fecha (no de día, los calendarios eran distintos) de la
muerte de dos monstruos, dos tremendos dragones literarios: Cervantes y
Shakespeare, ambos en 1616. Ellos fueron la auténtica pareja de hecho que nos
metió de golpe en la modernidad literaria. Esa fue la auténtica lanzada, dada a
cuatro manos.
Perdón, a tres manos, que Cervantes era manco.
San
Jorge y el Dragón, por Vittore Carpaccio. Fresco de la Scuola di
San Giorgio degli Schiavoni, en Venecia.