Piqué
sudando su nueva camiseta.
Gerard Piqué lo ha ganado todo como futbolista. Cuando digo
“todo”, me refiero a los trofeos en juego, tanto en competiciones de club como
de selección. Ahora va a por “todo” lo demás, considerándose para ello con
tanto derecho y tantas capacidades como cualquiera, y se inscribe en el cuadro
de honor de los meones de colonia: el Emérito, el duque de Palma, Luis Medina del
ducado de Feria, y el hermaniyo de la señora Ayuso, entre otras hierbas
escogidas entre la gente guapa que vibra junta.
Lo primero que ha dicho Piqué a propósito de la aparición en los
medios de la noticia de su conseguimiento para disputar la Supercopa española
en tierras de misión, ha sido que él no ha hecho nada malo y se siente
orgulloso de sí mismo. No es muy original, lo mismo habían dicho otros antes;
pero es un rito de paso, que subraya con trazo firme su pertenencia a un equipo,
al “equipo” entre comillas, para entendernos. Es lo mismo que decir “vamos a ir
a muerte”, o “ganaremos sí o sí”, en una eliminatoria ante, pongamos, el
Eintracht de Frankfurt, es decir un club de la sufrida clase media de una Liga europea
bien valorada deportivamente, pero no tan bien cotizada financieramente.
El Mundial de selecciones que viene también se disputará en
territorios controlados por emires y jeques, de modo que sería injusto echarle
toda la culpa a Piqué. En el resultado final ha sido inestimable la ayuda de
otros jerarcas, directivos, funcionarios y conseguidores, que se repartirán jugosos
beneficios sin haber hecho “nada malo”. Ya hace años que Rodrigo Rato advirtió,
respecto de un enjuague que llevaba su firma, que no era él el culpable, sino
el mercado. El mercado fue en aquellos años el “juez de la horca” que decidió
de forma omnipotente sobre la vida y la muerte de los bancos; y en
consecuencia, aunque solo colateralmente y sin ninguna clase de animadversión, también
sobre la vida y la muerte de las partículas infinitesimales, prácticamente
invisibles sin la ayuda de un microscopio social de muchos aumentos, que venimos
a ser las personas humanas que tenemos los ahorros de toda una vida de trabajo
colocados en un banco.
Ahora mismo, la trayectoria de la parábola está oscilando
desde la banca, que no ofrece de momento grandes expectativas de plusvalías
ocultas, hacia el rico caladero del fútbol y otros deportes de élite; sin
abandonar nunca el terreno promisorio de las finanzas creativas y extractivas.
Lo mismo me da, que me da lo mismo. El Mundial lo ganará
probablemente Alemania, que cuenta con el Deutsche Bank como ariete. Ya lo dijo
Gary Lineker en su momento. El resultado, por lo demás, es lo de menos, ya
saben. Lo nuevo de verdad en este apartado poco trillado de la economía global,
es la aparición irresistible en escena de los meones de colonia.