Selfie
en el Vieux Montpellier. Padres & Hijos, versión 2022.
Teníamos prevista una pequeña celebración familiar en
Montpellier, un reencuentro clásico o reposición de estreno “padres & hijos”,
más algún paseo por los jardines y las explanadas a nuestro alcance, siguiendo el
borde exterior de las antiguas murallas.
Todo se hizo, salvo que fue más difícil de lo previsto.
Hubo huelga de trenes el lunes, día después de las elecciones presidenciales.
Algo extraño en sí mismo, aunque quizá no tanto. Recuperamos el importe de los
billetes, pero no nos quedó más alternativa que viajar por carretera en coche
particular, para no perder el dinero del apartamento, que estaba ya abonado. La
ida no tuvo nada de especial, pero la vuelta fue fatigosa, en un día opaco,
lloviznoso, repleto de camioneros impacientes que jugaban a entreadelantarse
unos a otros de improviso y sin anunciarse previamente con luces. Un regreso
largo, largo como un purgatorio.
Por lo demás, nos pareció que las elecciones nos habían
interesado más a los foráneos que a los autóctonos. Ni un cartel electoral
visible, ni un folleto por barrer en el suelo, ni banderas, ni fanfarrias. La
gente con la que nos cruzábamos iba por derecho a lo suyo, sin mirar alrededor.
En los periódicos, la noticia era que mientras hasta diez partidos anunciaban
su apuesta por Macron para frenar a Le Pen, la ciudadanía, sin embargo, no
parecía igual de convencida. Para el francés medio tanto valdría Ma Pen como
Lecron, para expresarlo de alguna manera.
Quizás el dato valga para una reflexión sobre la degeneración
progresiva de los partidos políticos, que de instituciones representativas pasaron
a constituirse en plataformas de intereses varios, y ahora van cayendo del lado
de la levedad insoportable de una propuesta anecdótica ideada por una asesoría
de iniciativas político-comerciales. A Isidor Boix y a mí nos interesa este
debate. Queremos partidos-partidos, del mismo modo que nos gusta el café-café
en lugar de los sucedáneos con gusto a sacarina.
La rue
du Palais des Guilhem, en el Écusson, desde el balcón de nuestro apartamento.
Al margen de este guión de visita melancólico, que Visconti
hubiera trasladado con gusto a Venecia añadiéndole música de Mahler, fue
agradable reencontrar las calles estrechas y sinuosas del Vieux Montpellier,
entrar a curiosear en la Facultad de Medicina, dar un sombrerazo indiferente
pero cortés a don Luis Catorce en el Peyrou, y sentarnos a comer informal pero
sabroso en una terraza de la place de la Canourgue, un lugar idílico a dos
pasos del Arc de Triomphe. Respecto de este último, poco cabe decir en las
actuales circunstancias, salvo que deja mucho que desear en lo que se refiere a
la memoria de las glorias políticas nacionales.
Place
de la Canourgue, desde nuestra mesa en el Comptoir de l’Arc.