jueves, 14 de abril de 2022

INTERMEZZO EN MONTPELLIER

 


Selfie en el Vieux Montpellier. Padres & Hijos, versión 2022.

Teníamos prevista una pequeña celebración familiar en Montpellier, un reencuentro clásico o reposición de estreno “padres & hijos”, más algún paseo por los jardines y las explanadas a nuestro alcance, siguiendo el borde exterior de las antiguas murallas.

Todo se hizo, salvo que fue más difícil de lo previsto. Hubo huelga de trenes el lunes, día después de las elecciones presidenciales. Algo extraño en sí mismo, aunque quizá no tanto. Recuperamos el importe de los billetes, pero no nos quedó más alternativa que viajar por carretera en coche particular, para no perder el dinero del apartamento, que estaba ya abonado. La ida no tuvo nada de especial, pero la vuelta fue fatigosa, en un día opaco, lloviznoso, repleto de camioneros impacientes que jugaban a entreadelantarse unos a otros de improviso y sin anunciarse previamente con luces. Un regreso largo, largo como un purgatorio.

Por lo demás, nos pareció que las elecciones nos habían interesado más a los foráneos que a los autóctonos. Ni un cartel electoral visible, ni un folleto por barrer en el suelo, ni banderas, ni fanfarrias. La gente con la que nos cruzábamos iba por derecho a lo suyo, sin mirar alrededor. En los periódicos, la noticia era que mientras hasta diez partidos anunciaban su apuesta por Macron para frenar a Le Pen, la ciudadanía, sin embargo, no parecía igual de convencida. Para el francés medio tanto valdría Ma Pen como Lecron, para expresarlo de alguna manera.

Quizás el dato valga para una reflexión sobre la degeneración progresiva de los partidos políticos, que de instituciones representativas pasaron a constituirse en plataformas de intereses varios, y ahora van cayendo del lado de la levedad insoportable de una propuesta anecdótica ideada por una asesoría de iniciativas político-comerciales. A Isidor Boix y a mí nos interesa este debate. Queremos partidos-partidos, del mismo modo que nos gusta el café-café en lugar de los sucedáneos con gusto a sacarina.

 



La rue du Palais des Guilhem, en el Écusson, desde el balcón de nuestro apartamento.

 

Al margen de este guión de visita melancólico, que Visconti hubiera trasladado con gusto a Venecia añadiéndole música de Mahler, fue agradable reencontrar las calles estrechas y sinuosas del Vieux Montpellier, entrar a curiosear en la Facultad de Medicina, dar un sombrerazo indiferente pero cortés a don Luis Catorce en el Peyrou, y sentarnos a comer informal pero sabroso en una terraza de la place de la Canourgue, un lugar idílico a dos pasos del Arc de Triomphe. Respecto de este último, poco cabe decir en las actuales circunstancias, salvo que deja mucho que desear en lo que se refiere a la memoria de las glorias políticas nacionales.

 



Place de la Canourgue, desde nuestra mesa en el Comptoir de l’Arc.