sábado, 30 de abril de 2022

LA ATENAS DE ALCIBÍADES

 


“Archipiade ne Thaïs

Qui fut sa cousine germaine”

F. VILLON, “Ballade des Dames du Temps Jadis”


“Timandra”, de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg 2022, trad. Carmen Vilela Gallego), describe la trayectoria de una estrella fugaz, Alcibíades, en el cielo de una Atenas que había alcanzado pocos años antes, con Pericles, una hegemonía militar y cultural incontestable. Pericles construyó esa hegemonía; Alcibíades la desbarató. Traicionó a Atenas por Esparta, a Esparta por Atenas, y a las dos por un sueño de ambición, en Sicilia. Lo asesinaron en su refugio persa sicarios de Esparta con permiso de los medos. En vida había sido sobre todo un seductor, capaz de jugar a todos los palos en el amor y en la guerra. Su fama fue tan escandalosa, que François Villon lo tomó por una memorable “dama de antaño” en su famosísima balada, y lo equiparó a la cortesana Thais, su “prima hermana”.

Veamos cómo resume la cuestión, desde el punto de vista ateniense, Kallifatides en un párrafo sintético y esclarecedor: «Nos divertíamos. Toda la ciudad se divertía como nunca antes lo había hecho. Pericles había obligado a los atenienses a vivir para el mañana. Embellecieron la Acrópolis con edificios, construyeron murallas y calzadas, crearon una flota invencible.

Alcibíades, por el contrario, les enseñó a disfrutar del hoy, cosa que tampoco era tan difícil. Las mujeres salieron de los gineceos, los hombres comenzaron a vestirse con esmero. Muchos encargaban pinturas murales, joyas, perfumes. Abrieron nuevos gimnasios y baños y existía un rumor de que los abortos eran cada vez más frecuentes, y esa era la prueba definitiva de que vivíamos al día.

Alcibíades conseguía crear el clima que quería y los atenienses estaban dispuestos a seguirlo como locos a donde fuese.» (p. 125)

El libro es muy bello. La narración honra a su ficticia autora, la hetera Timandra, enamorada de Alcibíades y dispuesta a acompañarle siempre con entera abnegación, incluso en la catástrofe final. El relato deja el regusto amargo que acompaña siempre a la historia de las decadencias evitables, las épocas señaladas por el hecho de que en ellas el egoísmo y el cinismo alcanzaron la categoría de valores punteros, y las sociedades se mostraron feamente torcidas de raíz.