En algún lugar del Vallés, hacia finales
de los años cincuenta. (Foto, archivo familiar.)
Esta es la foto
de una excursión familiar en los años cincuenta. Hay varias generaciones
presentes. Los chicos más jóvenes aparecen cargados con grandes bolsas en las
que van alojadas la sandía, las botifarras, las graellas, el pan de kilo y el aceite
y el tomate para untar. Es posible que el equipaje familiar incluya en algún
rincón una botella de vino de garrafa y otra de gaseosa. Se adivina que más
adelante, siguiendo por ese camino a media ladera entre bosques, mana una
fuente de agua fresca, y en torno a ella se desplegarán las viandas y se
pondrán a refrescar las bebidas. Se buscará un lugar despejado para hacer un
fuego muy controlado, que después se apagará a conciencia. Los envoltorios, las
pieles de la fruta y otros desechos del almuerzo de campo se ensacarán, para
depositarlo todo en un basurero autorizado.
No obstante, no
todo el mundo tuvo en aquellos años el mismo cuidado; los bosques empezaron a
arder, y los bandos municipales prohibieron los fuegos en lugares no especialmente
habilitados.
Debería
reclamarse hoy el mismo cuidado estricto a los medios de comunicación que,
todos a una y cada cual desde su trinchera ideológica, encienden fuegos a la
intemperie sin el menor respeto hacia las personas, los grupos sociales y las
instituciones. Hacen trampas con la verdad, y dicen que no es con mala
intención, solo para entretenimiento del lector. Reciben dinero chungo de ciertas
altas esferas, y actúan sin remilgos, según los intereses de los que les pagan en
B.
Mientras tanto,
y en paralelo, siguen aplicadamente sus campañas de fidelización. “Suscríbase, si
quiere disponer a domicilio de la información más audaz para el lector menos
inteligente.” (No es lo que dicen, pero sí es la sustancia de su mensaje.)
Demasiado para
mí, son las cuatro y media de la tarde hora de Atenas, el termómetro marca 35
grados a la sombra, y nada es más apetecible que una ducha fría, pero no del
tipo de las que nos propinan nuestros queridos medios incendiarios, con el
propósito de apagar los fuegos que ellos mismos han atizado.
En la hoguera
del verano se están utilizando toda clase de combustibles, mientras siguen en
declive las cifras de bomberos públicos o privados. Las estadísticas de circulación
de la prensa andan bajo mínimos, como era fácil de adivinar. La prensa se ha
buscado su propio desprestigio, y arde sin control, como otra Sierra de la
Culebra, importante en su día para todo un entorno ecológico, luego descuidada,
ahora desaparecida. Llega la hora de las lamentaciones y la búsqueda de
culpables. Pero para los culpables se apunta siempre a los “otros”, de modo que
esto tiene mal arreglo. La comunicación desprovista de sinceridad, de empatía y
de sentido constructivo para una comunidad, no ha significado nunca ningún
progreso.