Equilibrio
inestable. Pintura de Kazimir Malevich (1915).
Lo ocurrido es bastante insólito: el secretario general del
PC de España, Enrique Santiago, ha sido destituido como secretario de Estado de
la Agenda 2030 por la ministra correspondiente, Ione Belarra, a su vez codirigente
máxima de un partido coaligado, Podemos. El incidente podría tener relación con
la toma de posiciones en la parrilla de salida para próximas contiendas
electorales.
Lo insólito, sin embargo, no me parece tanto la decisión
administrativa en sí, como el hecho de que el secretario general de un partido político
significado ocupara un puesto de segundo orden en el organigrama de un
gobierno. Qué quieren, nunca antes había ocurrido con Santiago Carrillo,
Gerardo Iglesias, Julio Anguita, Paco Frutos o los que siguieron. Ninguno de
ellos, corríjanme si me equivoco, habría optado a un puesto en el gobierno que
no fuera el de presidente o, en el caso muy reciente de una coalición, el de vicepresidente
primero, cargo que ocupó fugazmente Pablo Iglesias antes de decidir que su vocación
de Peter Pan le llevaba necesariamente a correr nuevas aventuras en los
territorios de Nunca-Jamás.
Quizá lo que ocurre es que el partido político ya no es lo
que era. Desde la aparición de las masas trabajadoras en la política, con el
socialdemócrata Kautsky o con el bolchevique Lenin, pero también de forma
inequívoca con Gramsci, se atribuyó al partido político una jerarquía muy superior
a la del gobierno. Los gobiernos, al fin y al cabo, van y vienen, en tanto que los
partidos marcan la dirección a seguir y fijan los programas mínimo y máximo,
los grandes objetivos a corto y a largo plazo.
Una idea tal vez errónea refuerza esta situación muy
establecida: la de que la conciencia de clase «viene del exterior, la masa
obrera no va de forma espontánea más allá de una dimensión sectorial,
corporativa, atiende a sus intereses inmediatos y no consigue tener una visión
de conjunto, estratégica, que solo el partido político está en disposición de
elaborar.» Así lo explica, críticamente, Riccardo Terzi en su conferencia “La
politica ha cambiato forma, noi dobbiamo ricostruire la nostra”, del libro
que citaba ayer mismo en estas páginas, Ediesse 2016. (La traducción es mía.)
Esa reconstrucción “nuestra” de la política, afirma Terzi unas
páginas más adelante, debería reconsiderar la idea de que el poder es el
objetivo último de la política de partidos, y atender a las enmiendas
presentadas al respecto por “herejes” caídos en combate con el gran mainstream
de la izquierda vincente: desde Rosa Luxemburgo hasta Simone Weil,
por ejemplo, con un punto alto en Bruno Trentin, que fue quien elaboró esta propuesta
sorpresiva en el que Terzi estima “il suo più bel libro”, es decir La
ciudad del trabajo, traducido entre nosotros por José Luis López Bulla.
Trentin sostiene que antes que el poder viene la libertad; “la
libertà viene prima” es el título de otra de sus principales obras, que
distan mucho de tener la difusión que merecen. La libertad principal a la que
aspirar en un plano humano y antropológico es la libertad “de” trabajo y “en el”
trabajo. Es un punto de vista que concede a los sindicatos democráticos un
lugar preeminente en una estructura alternativa de la política, en la cual la
centralización agobiante del poder en el sistema de partidos sería sustituida
por la aceptación de la complejidad y de la diferencia: la existencia de partes
sociales con distintas expectativas y aspiraciones, la existencia de
territorios geográfica y funcionalmente distintos y desiguales, la existencia de
cuerpos sociales intermedios con muchas cosas que decir en democracia, la
necesidad de nuevas asociaciones que expresen el crecimiento de nuevos derechos
en el seno de ese cuerpo social y político que llamamos ciudadanía.
Gestionar la diversidad y la complejidad, reconduciéndola a
una mayor igualdad que salvaguardaría en primer lugar la libertad: esa sería la
nueva función de la política, según los planteamientos de nuestros “herejes” de
la izquierda. Y señala al respecto Terzi, en el texto citado, que «las herejías
son con frecuencia posiciones derrotadas, pero no erróneas, capaces de
recuperar pasado un tiempo toda su fecundidad y su actualidad.»
Quienes suspiran por el regreso de un gran partido político
a la antigua, con sus pompas y sus obras, encontrarán tal vez en esta modesta
propuesta “bien du fil à retordre”.