Muchacha
de Quíos (hacia 510 aC). Atenas, Museo de la Acrópolis.
Hay un pasaje tremendo en la Ilíada (canto XIV), en
el que Hera recurre a Afrodita para tener más gancho sexual ante su esposo y
señor, que está meditando una escabechina de guerreros aqueos y no se aviene a argumentos
en contra. Afrodita pone en manos de su colega tales remedios persuasivos, que Zeus, al
ver a su esposa así transfigurada, cae en un frenesí erótico tan agudo que no puede esperar a conducirla con galantería al tálamo, sino que la tira al suelo y se arroja
sobre ella sin contemplaciones. Concluido el episodio, alardea de que nunca
había gozado tanto de su legítima desde el día en que la desvirgó a escondidas
de los padres de ella. Sus ímpetus le han hecho olvidar, de otro lado, sus
resoluciones, y de ese modo los aqueos encuentran un respiro en su situación
apurada.
El pasaje indica que la teoría freudiana de la represión no se adecuaba bien a las costumbres más primarias de los antiguos. Fueron otros elementos externos al
problema psicológico, sin embargo, los que hicieron que la democracia ateniense de la época de
Pericles fuera un oasis de moderación, recato y buenas costumbres conyugales,
en medio de lo que llamaré por comparación el “desenfreno” oriental.
De Oriente había llegado al Egeo un ideal femenino
inspirado en la fertilidad de la tierra y personificado en la Diosa Madre: figuras
desnudas con grandes tetas, culos imponentes y pubis muy marcados. En los
idolillos cicládicos, aunque la figura femenina se estiliza y los pechos están
apenas insinuados, el triángulo púbico se agiganta, como una especie de
recordatorio de “lo esencial”.
La confrontación bélica de las dos grandes civilizaciones,
la persa y la helénica, impuso cambios sensibles en la mentalidad. La invasión
de las ciudades griegas por una chusma militar brutal y prepotente debió ser muy dolorosa,
en muchos sentidos.
Ya de antes había diferencias sensibles de cultura y de apreciación
de la feminidad (sea esta característica positiva o negativa, que en ese punto
no entro). En el imperio persa no aparece ninguna representación de la mujer en
tanto que tal. Su papel social era ínfimo; su consideración, la de un objeto de
uso. Algo muy distinto a todas luces expresa la Chiotissa (muchacha de
Quíos) que aparece sobre estas líneas. Datada en el siglo VI aC, aparece
primorosamente vestida, ataviada, peinada y enjoyada. Las líneas de su
cuerpo apenas se perciben: no es corporalmente hermosa, o no supo modelarla así el artista; pero sí es hermosa y altamente valiosa de otra forma.
En un discurso famoso, después de cerrado con éxito el paréntesis de las guerras Médicas, Pericles pidió a las mujeres atenienses que procurasen no ser vistas ni oídas más allá de la intimidad del hogar, donde estaba su verdadero lugar en el mundo. En efecto, en la ceremonia nupcial las jóvenes eran bañadas, purificadas, hermoseadas, peinadas y vestidas hasta el menor detalle, para aparecer como divinidades “menores” del hogar. Ante el novio y su familia se presentaban cubiertas por un velo tupido, que en un momento dado ("apocalipsis", la revelación) era retirado para dejar apreciar la forma exquisita como ha sido presentada.
A
partir de los esponsales, su lugar asignado era el gineceo, y no les era
permitido participar en los divertidos simposios de los varones, en los que se
bebía y se dialogaba, y a los que sí eran invitadas las “heteras”. Después cambiarían
las costumbres, las mujeres alcanzarían una consideración pública mayor, y vendrían representaciones femeninas más libres, como iremos viendo en un pequeño repaso iconográfico.
Pericles y su gran arquitecto y escultor Fidias
nos han dejado para la eternidad un estilo artístico “severo”, asociado íntimamente
a la democracia y a sus virtudes cívicas. Cuenta Plutarco, en su Vida de
Pericles, que este reprendió a Sófocles, que tenía un cargo público en la
polis, por alabar la belleza de un efebo: los representantes del pueblo, vino a
decirle, no solo han de tener castas las manos, sino también los ojos.