Ayer mismo, Laura Borràs ha advertido seriamente a quienes
quieren verla muerta, que primero tendrán que matarla. Ha sido un arranque de
pundonor, que alabo como se merece (o sea, más bien poco). El problema es, a mi
entender, que Laura no se ha dado cuenta aún de que “ya” está muerta, con
independencia (lo siento, no he encontrado otra expresión más ajustada) de lo
que ocurra esta mañana en el Parlament.
El caso me recuerda a aquella película en la que Bruce
Willis era un psiquiatra que trataba a un niño que veía muertos. Al final,
disculpen el spoiler quienes a estas alturas todavía no la hayan visto,
el niño tenía razón y el muerto que veía era el propio Willis.
Anna Gabriel se dio cuenta de su condición de fiambre hace tan
solo un par de días; Jordi Cuixart ya lo había entendido antes; Marta Rovira se
va marchitando poco a poco en su cómoda mortaja; Toni Comín preocupa en su
entorno, porque alguien habrá de decirle alguna vez y muy en serio que los
reyes magos no existen. Mientras, Pere Aragonès se dedica enteramente a otra
cosa, cierto que sin mucha convicción; y Oriol Junqueras, Elisenda Paluzie, Jordi
Sánchez e incluso Carles Puigdemont solo aspiran a que, si hay un entierro, quienes
reciban las honras fúnebres sean ellos mismos y no otros.
Todo el escenario independentista tiene un aire retro y
necrófilo, de modo que el exabrupto de Laura solo puede ser acogido con una
sorpresa de circunstancias, teñida de incredulidad.
El caso de Jordi Turull es diferente, lo admito. Él salvó
en su momento los muebles poniéndolos a nombre de su señora, se replegó detrás
de la trinchera común aceptando una cuantiosa rebaja de protagonismo
carismático respecto de otros colegas, y ahora da el paso al frente con el
propósito decidido de recuperar algo de lo mucho que le debe personalmente el procès.
Si alguien quiere verle muerto, tendrá que matarlo primero; correcto. Para
él, que está ahora mismo fletando una nueva joint venture para Junts per
Sempre Més, las palabras de Laura cobran todo su sentido prístino.
Pero Turull es solo un recién llegado a la rebatiña. No es
el caso de Laura Borràs, que ya está viendo bajar el telón una vez concluido su
quinto acto. Para ella, el resto es silencio.