lunes, 11 de julio de 2022

POSPERIODISMO

 


Libertad suprema de pensamiento y de expresión, plasmada en la imagen de una amical tertulia con tiberio incluido, al borde del mar, de unos buenos amigos de siempre. (Foto tomada del muro de FB de Quim González Muntadas.)

 

El posperiodista es un “influencer”. Su objetivo no es tener informada a la audiencia del medio al que teóricamente sirve, sino influir en ella.

El periodista clásico, intrépido y tal vez borrachín como lo era el Peabody director de la Gaceta de Shimbone en “El hombre que mató a Liberty Valance”, una notable película de John Ford si la recuerdan, estaba dispuesto a correr riesgos serios en favor de la verdad.

El posperiodista, por el contrario, prefiere suprimir riesgos y practicar la posverdad.

La posverdad es una verdad parcial, flexible, mudable a conveniencia. Fórmula aproximada: un quinto de verdad, un tercio de invención, rellénese con calumnia al gusto, agítese bien y añádase al cóctel un golpe de angostura, mucho hielo, dos hojas de menta y una guinda. La guinda es importante.

La posverdad se elabora artesanalmente en los charcos del sistema, y el posperiodista la chupa de esos charcos con avidez. Bien preparada por un experto, puede manejarse como si fuera un florete, y, cuando da de lleno en el blanco propuesto, tiene sus mismos efectos letales.

La posverdad permite al posperiodista influir en las audiencias poniendo en valor su alta calificación en la jerarquía de los medios, pero evitando al mismo tiempo todo compromiso personal con el contenido de la noticia y con sus fuentes. Mediante esa influencia sesgada, el posperiodista consigue ejercer un cierto control social, de una textura elástica y viscosa. Este es, sin embargo, tan solo un objetivo vicario para él; su objetivo principal se reduce a demostrar a los accionistas que él sí es capaz de hacerlo, mejor que nadie. Cualquier cosa, lo que pidan, la Luna, el Diluvio Universal, juegos malabares, funambulismo, tragar fuego.

Siempre se producen, lamentablemente, víctimas colaterales, pero eso no es en ningún caso una cuestión que pueda o deba preocupar al posperiodista. Son gabelas inherentes a su posprofesión vocacional.

Disculpen si no doy nombres concretos. Se trata de una plaga bíblica que está a punto de acabar con el viejo, sólido, sincero, entrañable periodismo, al viejo estilo de la Gaceta de Shimbone. Bellos tiempos aquellos en los que las comunidades sociales afrontaban juntas las dificultades derivadas de las amenazas de los poderosos y de sus sicarios, y encontraban a su lado una prensa libre, por minoritaria que fuera, que les servía y les ayudaba en la denuncia y en la reivindicación, sin un solo paso atrás ni un quiebro para hurtar el cuerpo.