Sandía
troceada, obsequio de la casa en una taberna de Rodas en la que el patrón
conocía mejor que nosotros las interioridades del Barça y los posibles fichajes
para la próxima temporada.
Casi han coincidido en el tiempo las advertencias a la
ciudadanía de la vicepresidenta tercera del gobierno, y las de su santidad.
Teresa Ribera pide una autocontención en el consumo eléctrico de las familias,
porque el gobierno ha hecho su parte al abaratar la factura, pero el
despilfarro de kilovatios volverá a traer carestía si se sigue estirando más el
brazo que la manga, en una situación de calor extremo y sequía.
Bergoglio, por su parte, recomienda consumir menos carne. Es algo en lo que insisten los dietólogos desde hace mucho, con propuestas
como la dieta mediterránea u otras similares, ricas en vitaminas y fibra y con
un porcentaje mucho menor de proteínas y grasas animales.
Los llamamientos de ambas autoridades han sido templados y
cargados de razón. No están convocando a una austeridad solo para pobres, sino
a una mayor racionalidad en los estándares de consumo de todos, pobres y ricos.
Alguien puede creer que el consumo desaforado de los bienes que oferta el
mercado capitalista es en sí mismo una praxis revolucionaria, pero de eso nada.
Ni la sociedad de consumo la han inventado los “otros”, ni corresponde a los “nuestros”
reventarla mediante el recurso extremo a la grande bouffe, el atracón.
No se trata aquí de dar la vuelta a la tortilla, sino de estimar con prudencia
qué ración de tortilla es la adecuada para, ni pasar hambre, ni tener que
recurrir a la sanidad pública por una indigestión.
El popular excéntrico Josemari (y sus Muñecos) declaró en
cierta ocasión que a él nadie tiene que decirle cuánto vino puede consumir
antes de ponerse al volante. Sin embargo, se trata de una circunstancia milimétricamente
especificada en la normativa reglamentaria. Quería decir el prócer, probablemente,
que a él no hay dios ni agente de tráfico que le haga soplar en carretera por
el chirimbolo previsto al efecto. Y eso posiblemente sea cierto tratándose de
Josemari, porque cuenta con muchos amigos entre las jerarquías así de la
guardia civil como del poder judicial, y en un momento dado puede bastarle, para
eludir un alcoholímetro, con una advertencia tartamudeada con voz aguardentosa:
“Usté no sabe con quién está hablando”.
Una vicepresidenta del gobierno y un papa nos piden de
buenos modos que rectifiquemos nuestros hábitos de consumo para hacerlos más
saludables y sostenibles. El ministro competente en la materia, Alberto Garzón, ya nos lo
había dicho antes, provocando de paso otra sesión de ventilador por parte de
las cloacas del pornosistema.
Hacer de este mundo un lugar más agradable, inclusivo e igualitario,
es tarea de todos. Que nadie vaya con reclamaciones a Yolanda Díaz, mientras sigue
funcionando con el aire acondicionado a tope y embaulando chuletones imbatibles
acompañados por botella y media de un ribera del Duero reserva.