En
el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, cabe afirmar que tiene su nicho
propio y bien ganado en la inmortalidad, pero probablemente no sea un nicho
literario. Nunca ganó el Nobel, como sí hicieron sus colegas en el boom Gabo
García Márquez y Mario Vargas Llosa. Tener o no tener el Nobel es en algunos
casos cuestión de lotería o de oportunidad política; pero probablemente (es la
segunda vez que empleo esta adversativa en cinco líneas, lo hago consciente de
lo peligroso y nocivo que es pontificar) Cortázar tampoco lo mereció. No forma
parte de ningún canon de las bellas letras. No figura en ningún parnaso. Es
otra cosa.
La
figura de Cortázar está ligada sobre todo, para los hombres y mujeres de mi
generación, a aquel momento de nuestra biografía en el que todos fuimos de
pronto latinoamericanos. Cuando París era la capital honoraria de una
Latinoamérica recién iluminada por los focos de la curiosidad del mundo. La
capital intelectual de aquella Latinoamérica fue París, y su corazón, Cuba. En
los dos lugares tuvo Julio su parte de reino de este mundo.
Dicen
que se asombraba de la cantidad de títulos suyos publicados: «Toda esa obra no
es mía», decía. «No me pertenece a mí, ya es de otros.» Buena parte de ella es
lo que solemos llamar literatura de circunstancias, aunque toda lleva el sello
inconfundible de su personalidad. Cuando hablo de literatura de circunstancias,
debo añadir: en el sentido más alto y encomiable de la expresión.
Rebusco
en mi biblioteca los Cortázar, bastante sobados y estropeados, que conservo: La vuelta al día en ochenta mundos (en dos volúmenes), Octaedro, 62 Modelo para armar,
Ceremonias, Todos los fuegos el fuego, Libro de Manuel, y, por supuesto, Rayuela. Guardo memoria de otros títulos que
leí de prestado o que perdí en manos de amigos: Historias de cronopios y de famas,
Bestiario seguido deFinal
del juego, Los autonautas de la cosmopista. Es
un buen puñado de títulos. Mis preferidos siguen siendo los cuentos cortos y, a
pesar del artilugio que es lo que peor ha soportado el paso del tiempo, por
supuesto Rayuela. He leído en alguna parte que
alguien (Carlos Barral, tal vez) dijo a Julio que el libro estaba muy bien,
pero que si lo trabajaba más sería una cima literaria. Julio no le hizo caso,
claro. Rayuela fue un
manifiesto, un panfleto, el mapa de un territorio nuevo, el heraldo del
nacimiento de una sensibilidad opuesta o simplemente distinta del canon
establecido. Cortázar fue un formidable agitador cultural, más que un literato.
Por eso digo que (probablemente) no mereció el Nobel. Su obra es rompedora, no
se inserta en una tradición con ánimo de prolongarla y justificarla. Algunos
aspectos de su obra de ficción recuerdan poderosamente a Borges y a Carpentier,
pero son sobre todo una puesta en solfa de los dos. Si su lucidez y su
intuición relampagueante no le han valido un lugar de honor en el parnaso
literario, sino todo lo más el lugar aparte en el que se coloca a las
excepciones inclasificables, vayan ustedes a echarle la culpa al parnaso
literario, no a Cortázar.