Cuando la actualidad política nos trae declaraciones como la del
señor Junqueras, un adepto al Volkgeist
catalán que únicamente ve un rumbo posible en su bitácora (el rumbo de
colisión), y las simétricas de Cospedal y otros, anunciando una sola manera de
resolver los problemas que lleva también a la colisión vía interpretación
restrictiva de la letra de las leyes patrias y los protocolos internacionales,
resulta un alivio sumergirse en un libro policíaco. El policíaco nos concede
por algunas horas el placer de movernos por un territorio laberíntico hecho de
conjeturas, de posibilidades alternativas, de exploraciones a tientas que
pueden finalizar en vías muertas o bien en certezas aproximadas que van
sirviendo de andamios para una construcción en curso, felizmente concluida en
un último capítulo lleno de sorpresas y de revelaciones.
Mis policíacos de este verano son un Camilleri reciente, La pirámide de fango, y una rareza en el género, Rosso
quadrato, aún sin traducir al
castellano y que firman tres autores con un seudónimo común ilustre: Tom Joad
(recordable para los letraheridos como el protagonista de Las uvas de la ira, de John Steinbeck). Curiosamente,
los dos tienen que ver con delitos relacionados con el mundo laboral, que es
también el mundo en el que hoy se fraguan los grandes pufos y se generan los
enriquecimientos abusivos de gentes inescrupulosas empoderadas por unas leyes
injustas.
Montalbano es, como de costumbre, el héroe de la novela de
Camilleri. El de la de Joad tiene otra característica novedosa. No es un
“esbirro”, un policía, como viene a ser frecuente en este tipo de literatura.
Miquel Falguera lo observaba con agudeza hace algún tiempo: el private eye puesto en escena por Hammett,
Chandler o Ross Macdonald, y el dilettante, el Philo Vance de Van Dine o el
Poirot y la Miss Marple
de Christie, han sido sustituidos en las hornadas posteriores de cultivadores
del género por policías profesionales, desde Montalbano hasta Wallander, Beck,
Brunetti y un larguísimo etcétera, que acometen los delitos de la sociedad
actual desde las conclusiones de la policía científica en la escena del crimen
y desde los profiles de los departamentos de psicología
criminal.
Sin embargo, el investigador de Rosso quadrato es un sindicalista, luego un
hombre bregado en el conflicto y en la negociación, en el conocimiento tanto de
las personas concretas como de los textos de las leyes y sus lagunas. Un
hombre, además, escudado en una ética propia, self
made, lo cual lo aproxima a
los Marlowes y los Spades de los viejos tiempos (incluso al Padre Brown de
Chesterton, que analizaba los crímenes en función del pecado y la gracia
santificante) en el sentido de que su noción del bien y del mal no es la del
poder constituido, sino la de un mundo claramente mejorable y que él se
esfuerza en ayudar a configurar como futuro posible.
Y con esa tensión ética viene a coincidir la salida del
laberinto que se nos propone. En el policíaco se da siempre un desorden mundano
(un cadáver, en la mayoría de los casos) generado por una mano oculta.
Restaurar el orden quebrado es la misión – una misión ética – del investigador,
pero la sustancia de la literatura policíaca no radica exactamente ni el crimen
ni en el castigo. Lo expresaré con las palabras de Umberto Eco (en Apostillas a “El nombre de la
rosa”): «Creo que a la gente
le gustan las novelas policíacas, no porque haya asesinatos ni porque en ellas
se celebre el triunfo final del orden (intelectual, social, legal y moral)
sobre el desorden de la culpa. La novela policíaca constituye una historia de
conjetura, en estado puro. […] En el fondo, la pregunta fundamental de la
filosofía (igual que la del psicoanálisis) coincide con la de la novela
policíaca: ¿quién es el culpable? Para saberlo (para creer que se sabe) hay que
conjeturar que todos los hechos tienen una lógica, la lógica que les ha
impuesto el culpable. Toda historia de investigación y conjetura nos cuenta
algo con lo que convivimos desde siempre.»
Ese algo con lo que los aficionados a las historias policíacas
«convivimos desde siempre» viene a ser la idea de que la realidad en la que nos
movemos es compleja, y no rectilínea; la de que la culpa no se concentra en
solitario en un individuo sino más bien corresponde a una situación, a un plano
oblicuo, a una estructura anómala; la de que es preciso remover los obstáculos
acumulados a conciencia por algunos para que otros puedan aspirar a una
justicia compensatoria.
Y por eso, concluyo, tiene pleno sentido que en un policíaco el
investigador que avanza con cautela por una realidad oscura y plagada de
trampas, sea precisamente un sindicalista.