Nadia Urbinati
Javier Aristu ha sido el encargado de estrenar en España facetas
de la obra de la profesora italo-americana Nadia Urbinati, con la publicación
en su blog En campo abierto de un texto titulado De los partidos a la audencia, que tendrá continuación. Los
siguientes parágrafos pertenecen a otro libro reciente de Urbinati, “Democracy
disfigured” (Harvard University Press, Cambridge, MA, 2014, pp. 97-98) y tratan
un problema distinto: los diversos intentos de corregir la función de la
democracia protegiendo a la política de decisiones erróneas y mejorando la
calidad de sus resultados. El problema, señala Urbinati, es que las
correcciones a la política que elabora la democracia representativa tienen un
carácter impolítico, es decir, suponen un “desempoderamiento” de la ciudadanía
como sujeto activo de la política. Así lo expresa al comentar las tesis
desarrolladas por David Estlund en “Democratic Authority”.
Según Estlund, si las decisiones democráticas son preferibles a
las no democráticas es porque tienden a producir resultados más aptos o
mejores; por esa vía, convierte la calidad epistémica de los procedimientos
democráticos en la fuente de su legitimidad. Este punto de vista instrumental
parece sugerir que la legitimación para la obediencia a las leyes se fundamenta
en un resultado comprobado, lo cual es una paradoja porque la lógica post factum exigiría dar a los ciudadanos la
oportunidad de poner a prueba los resultados de las leyes antes de obedecerlas.
Es más, la autoridad epistémica avala los procedimientos desde un criterio
externo para evaluar sus resultados, y eso contradice el principio de la
autonomía de la democracia. Además, ¿quién puede definir en democracia la
corrección de las decisiones si no es el mismo pueblo que elige o nomina a
alguien para llevarlas a cabo? Y en el caso de que existiera ese juez
“independiente” de los actores, ¿no sería él o ella el soberano? La democracia
es un proceso inmanente en el que no se contempla ninguna referencia externa
para evaluar su autoridad (1). Por tanto, son inherentes a ese proceso tanto la doxa [el peso de la opinión pública, n.
del t.] como la mutabilidad de las decisiones, lo que significa que la
legitimidad democrática no puede depender de la promesa de que producirá
decisiones correctas.
La democracia no necesita avanzar hacia una verdad para ser
legítima. Y aunque resultados positivos es lo que los candidatos prometen, los
ciudadanos esperan, y los procedimientos permiten, no es de ellos de lo que
depende la legitimidad de la autoridad democrática. Tanto en el caso de que se
consigan buenos resultados como en el de que sean decepcionantes, los
procedimientos son legítimamente democráticos en la medida en que sirven para
aquello para lo que están hechos: proteger la libertad de sus miembros para
tomar decisiones “erróneas”. (2) En este sentido, está claro que la democracia
no es perfeccionista. Yo diría que tampoco es virtuosa. La idea fue formulada
con brillantez por Albert O. Hirschman cuando escribió que la única virtud
realmente esencial de la democracia es el amor
a la incertidumbre, que no es
un amor ingenuo sino un hábito mental fundamentado en un proceso abierto de
formación de la opinión pública (abierto a la discusión y a informaciones
nuevas que pongan en cuestión creencias consolidadas). (3) Hirschman añade
además que la máxima errare
humanum est ha de entenderse
no en el sentido de que cabe la posibilidad de que los humanos cometamos
errores, sino más bien en el de que únicamente los humanos tenemos capacidad
para cometer errores. Así, los procedimientos democráticos favorecen nuestra
necesidad interna de cambiar ideas y decisiones que hemos tomado previamente,
sin líneas rojas ni limitaciones de ningún tipo para intentar alcanzar un
resultado correcto, y lo que es más, sin ningún resultado final que deba ser
alcanzado.
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(1) Jürgen Habermas, Between Facts and Norms, p.
106.
(2) “Es cierto que en un régimen democrático existe el riesgo de
que la gente cometa errores. Pero el riesgo de los errores existe en todos los
regímenes de este mundo real […] Es más, la oportunidad de cometer errores es
una oportunidad para aprender […] En el mejor de los casos, sólo la visión
democrática puede ofrecer la esperanza, que nunca concederá un régimen
autoritario, de que al gobernarse por sí mismos todos los ciudadanos, y no
simplemente unos pocos, aprendan a actuar como seres humanos moralmente
responsables.” (Robert Dahl, Controlling Nuclear Weapons:
Democracy vs. Guardianship, Syracuse,
NY, 1985).
(3) Albert O. Hirschman, “On
Democracy in Latin America ”, en New York Review of Books, 10 mayo 1986. Ver tambiénShifting
Involvements: Private Interest and Public Action. Princeton , NJ ,
1982.
(Por la traducción: Paco Rodríguez de Lecea)