sábado, 30 de agosto de 2014

OLOR A OVEJA

Leo en un artículo de Juan G. Bedoya en El País que el nuevo arzobispo de Madrid, monseñor Osoro, es uno de los pocos prelados españoles que “huelen a oveja”. Superado el primer sobresalto, por las connotaciones descalificadoras que tiene en el habla común el olor de otro animal herbívoro muy parecido a la oveja, el chotuno, me entero de que la metáfora es propiedad intelectual del papa Francisco, que la aplica en el contexto eclesial a aquellos pastores que están particularmente cercanos a las vicisitudes de su grey. Igual que se habla de un sindicalismo “de proximidad”, se daría también el correlato de un episcopado de proximidad.

Esta es la descripción de la figura de Osoro, en palabras de Bedoya: «No es un dato intrascendente el que antes de cursar Teología en la Pontificia de Salamanca pisara el mundanal ruido como estudiante de Magisterio, Pedagogía y Matemáticas. Hoy parecería obsceno encerrar a los futuros curas en sombríos seminarios (para) menores poco después de la primera comunión, a los nueve años, pero era lo habitual en el recio nacionalcatolicismo en que se formaron los obispos actuales.» Viene a desprenderse de tal descripción que pisar el mundanal ruido ha adquirido en los medios eclesiales (por lo menos en algunos) un valor que antes no tenía. Antes lo ideal era el magisterio desde la distancia, la separación tajante entre el pastor y el rebaño. Una distancia y una separación que han llegado a contabilizarse en parámetros siderales ante problemas muy delicados y sensibles socialmente, como la pederastia. Ahí la mirada de las jerarquías se ha fijado de forma prolongada y consistente en otra dirección, para ignorar lo que ocurría debajo de sus narices. Un exceso de lejanía claramente perjudicial a largo plazo para la institución.

Vuelvo al mundanal ruido. En instituciones de corte laico y no sacralizado, como son las referidas a la política y el sindicalismo, también está bien documentada la existencia de una práctica habitual de separación muy marcada entre los profesionales y su clientela. Rodolfo Martín Villa fue en tiempos el paradigma clásico del político que, apenas salido de las aulas universitarias, se subió a un coche oficial, y ya no se bajó de él hasta el día de una jubilación dorada y blindada por toda clase de aforamientos. Su ejemplo ha inspirado a muchos jóvenes que desdeñan los cantos de sirena del “mundanal ruido” y ponen todo su empeño en avanzar en su carrera desde el interior de los pasillos de la “casa” correspondiente. Cuando les llega el ansiado bastón de mando, por méritos ganados con un esfuerzo considerable que no intento regatearles, el resultado es que sólo saben practicar una política de pasillos.

Seguramente no es únicamente, ni en primer lugar, esta realidad la que señala con el dedo José Luis López Bulla en su reciente artículo ¿Deben los sindicalistas examinarse antes de ser elegidos para un puesto de responsabilidad? La necesidad de una capacitación adecuada en el terreno técnico para desarrollar tareas de dirección es algo que cae de su propio peso. Pero la formación técnica implica siempre una separación, o por mejor decir una distanciación, del objeto de estudio; y esa es una característica que conviene prever y corregir para no acabar teniendo una clase dirigente sobrecargada de roucos y martinvillas. Quizás me equivoco, pero interpreto que de la propuesta conscientemente provocativa de López Bulla trasciende de alguna forma la urgencia de contar con más “olor de oveja”, y menos tufo a pasillos, en los puentes de mando de las instituciones; menos trincheras y más batallas en campo abierto. Los pastores verán lo que hacen, pero en mi opinión ese anhelo de José Luis coincide en buena medida con lo que precisamente está reclamando un “rebaño” civil cada vez menos dócil y más indignado.