Leo en un artículo de Juan G. Bedoya en El País que el nuevo
arzobispo de Madrid, monseñor Osoro, es uno de los pocos prelados españoles que
“huelen a oveja”. Superado el primer sobresalto, por las connotaciones
descalificadoras que tiene en el habla común el olor de otro animal herbívoro
muy parecido a la oveja, el chotuno, me entero de que la metáfora es propiedad
intelectual del papa Francisco, que la aplica en el contexto eclesial a
aquellos pastores que están particularmente cercanos a las vicisitudes de su
grey. Igual que se habla de un sindicalismo “de proximidad”, se daría también
el correlato de un episcopado de proximidad.
Esta es la descripción de la figura de Osoro, en palabras de
Bedoya: «No es un dato intrascendente el que
antes de cursar Teología en la
Pontificia de Salamanca pisara el mundanal ruido como
estudiante de Magisterio, Pedagogía y Matemáticas. Hoy parecería obsceno
encerrar a los futuros curas en sombríos seminarios (para) menores poco después
de la primera comunión, a los nueve años, pero era lo habitual en el recio
nacionalcatolicismo en que se formaron los obispos actuales.» Viene a desprenderse de tal descripción que
pisar el mundanal ruido ha adquirido en los medios eclesiales (por lo menos en
algunos) un valor que antes no tenía. Antes lo ideal era el magisterio desde la
distancia, la separación tajante entre el pastor y el rebaño. Una distancia y
una separación que han llegado a contabilizarse en parámetros siderales ante
problemas muy delicados y sensibles socialmente, como la pederastia. Ahí la
mirada de las jerarquías se ha fijado de forma prolongada y consistente en otra
dirección, para ignorar lo que ocurría debajo de sus narices. Un exceso de
lejanía claramente perjudicial a largo plazo para la institución.
Vuelvo al mundanal ruido. En instituciones
de corte laico y no sacralizado, como son las referidas a la política y el
sindicalismo, también está bien documentada la existencia de una práctica
habitual de separación muy marcada entre los profesionales y su clientela. Rodolfo
Martín Villa fue en tiempos el paradigma clásico del político que, apenas
salido de las aulas universitarias, se subió a un coche oficial, y ya no se
bajó de él hasta el día de una jubilación dorada y blindada por toda clase de
aforamientos. Su ejemplo ha inspirado a muchos jóvenes que desdeñan los cantos
de sirena del “mundanal ruido” y ponen todo su empeño en avanzar en su carrera
desde el interior de los pasillos de la “casa” correspondiente. Cuando les
llega el ansiado bastón de mando, por méritos ganados con un esfuerzo
considerable que no intento regatearles, el resultado es que sólo saben
practicar una política de pasillos.
Seguramente no es únicamente, ni en primer
lugar, esta realidad la que señala con el dedo José Luis López Bulla en su reciente
artículo ¿Deben los sindicalistas examinarse
antes de ser elegidos para un puesto de responsabilidad? La necesidad de una capacitación adecuada
en el terreno técnico para desarrollar tareas de dirección es algo que cae de
su propio peso. Pero la formación técnica implica siempre una separación, o por
mejor decir una distanciación, del objeto de estudio; y esa es una
característica que conviene prever y corregir para no acabar teniendo una clase
dirigente sobrecargada de roucos y martinvillas. Quizás me equivoco, pero
interpreto que de la propuesta conscientemente provocativa de López Bulla
trasciende de alguna forma la urgencia de contar con más “olor de oveja”, y
menos tufo a pasillos, en los puentes de mando de las instituciones; menos
trincheras y más batallas en campo abierto. Los pastores verán lo que hacen,
pero en mi opinión ese anhelo de José Luis coincide en buena medida con lo que precisamente
está reclamando un “rebaño” civil cada vez menos dócil y más indignado.