Tengo
un recuerdo personal de mi época de sindicalista activo atravesado como una
espina de pescado en el gaznate. Corrían los primeros años ochenta y andábamos
seriamente preocupados por la invasión de las nuevas tecnologías (las NT, las
llamábamos en nuestros informes de situación) en la actividad productiva. Fui a
visitar al patrón (los llamábamos así, ellos preferían con mucho el nombre de
empresarios; ahora, el de emprendedores) de una fábrica mediana (ochenta y
tantos trabajadores) ubicada en una comarca catalana periférica, y con
problemas de financiación para la renovación de una maquinaria en riesgo serio
de obsolescencia. La conversación tuvo lugar en un despacho sin la menor
concesión al adorno, no diré ya al lujo. Nos extendimos bastante más allá del
problema concreto de la empresa y, de manera inverosímil, nos descubrimos
posiciones bastante próximas respecto a cuál era el desiderátum de una relación
entre patronos y sindicatos: autonomía de las partes, lealtad y respeto mutuos,
exclusión de las ideologías en el diálogo social, dialéctica
conflicto/colaboración. Entonces le conté que el gabinete económico del
sindicato había hecho un estudio preliminar positivo acerca de la viabilidad de
su empresa, y le sugerí que, desde nuestra propia experiencia, podíamos serle
de ayuda tanto en el tema de la financiación como en el replanteamiento de la
organización del trabajo en la fábrica. Mencioné la bicha; el hombre se puso
rígido:
– Si
ha de venir el sindicato a decirme cómo tengo que organizar mi empresa –
declaró –, prefiero bajar yo mismo la cortina metálica.
No
era una bravata. Cerró en efecto la fábrica a los pocos meses. Y la historieta
viene a cuento de lo que Quim González ha escrito hace pocos días en “Hablemos de la patronal” y José Luis López Bulla ha rubricado
con contundencia en “Sindicato renovado,renovación de
las relaciones laborales” (1).
Existe un problema de legitimación tanto en las organizaciones de los patronos
como en las de los trabajadores, y esa deficiente legitimación genera problemas
de autonomía. No es anecdótica la afirmación de un hombre de la patronal,
Fabián Márquez, en el sentido de que la opción de la CEOE en favor de los
convenios provinciales se debe, no al argumento (falso) de que así se ayuda a
la flexibilización de las empresas, sino al miedo de quedarse sin el grueso de
sus afiliados.
Trabajadores
y patronos podrían y deberían ponerse de acuerdo en el momento de acometer las
reformas que el nuevo paradigma de la producción exige en el terreno del
hardware (la tecnología) y el software (la organización) de la producción. Uno
de los problemas principales para esa confluencia deseable reside probablemente
en la tercera pata del sistema jurídico rector de las relaciones laborales: el
Estado. Por una parte, para el Estado el tema del trabajo ha perdido su centralidad,
tiene sólo un carácter accesorio; por otra parte, su intervencionismo
autoritario en la concertación social daña la autonomía de las partes y las
empuja en una dirección indeseada e inadecuada: la que marca una abominable
“reforma” del mercado de trabajo impregnada de austeridad presupuestaria,
limitación de créditos, y recortes drásticos en la prevención y en la
compensación a los riesgos y secuelas negativas que el trabajo comporta.
Necesitamos
una renovación en las estructuras y una profundización en la autonomía tanto de
los sindicatos democráticos como de las patronales democráticas. Unos y otros
han de hacer confluir sus esfuerzos para obligar al Estado a servir los
intereses de la sociedad, y no justamente lo contrario, como está haciendo.
(1)
El lector puede encontrar también los dos artículos citados en el diario
digital Nuevatribuna.es.