Por definición, una regeneración de la democracia debe venir de
abajo; nada se regenera por arriba, por mandato imperativo de una ley, por muy
refrendada que haya sido ésta en las cortes. Por eso, el título de la Ley de Regeneración
Democrática que aspira a poner en circulación en fecha próxima Mariano Rajoy se
ha de entender como una broma. Si del título descendemos a examinar el
contenido del proyecto de norma legal, comprobamos que en efecto se trata de
una broma. Y sin embargo…
Mariano cuenta con asesores de solvencia, y ellos tienen que
haberle orientado de cara a las elecciones municipales en un doble sentido: a)
pese a perder porcentajes altos de voto, el PP conserva una minoría mayoritaria
en buena parte de las áreas municipales más pobladas de la geografía española;
b) los pactos postelectorales podrían arrebatarle alcaldías sensibles, pero en
cambio es poco probable que se produzcan reagrupamientos de candidaturas de
oposición antes de las elecciones. Ese doble dictamen, supongo, es la brújula que
ha determinado la orientación de la ley propuesta.
Y sin embargo… Una efectiva regeneración democrática daría
resultados imprevistos en las elecciones, según la ley de Rajoy. Una minoría
sólo es mayoritaria en un campo electoral fragmentado. Si se bipolarizan las
opciones de voto, la minoría será simplemente minoría. Es posible y realista
poner en pie en las capitales y en las ciudades medianas mal gobernadas por el
PP candidaturas de unidad, “frentepopulistas”, que agrupen un consenso decisivo
para ejercer el gobierno local en un sentido más acorde con el sentir muy
mayoritario de la ciudadanía. Sería ridículo que el alcalde de Burgos reeditase
su mandato después de Gamonal; que la alcaldesa de Valencia volviera a la carga
con su plan para arrasar El Cabanyal atrincherada en una nueva mayoría
legitimada en las urnas.
La cuestión es si la hasta ahora oposición al gobierno municipal
tiene capacidad para poner en pie una alternativa conjunta. Los mimbres están
ahí, casi siempre; falta ponerse a hacer el cesto. Por inercia, por cálculo,
por pequeña política, cada opción política presente en un ámbito municipal
aspira a formar su propia candidatura, con su propia gente, con su propio
espacio, con su propio logo. Construir una candidatura de todos, ganadora, requiere
un trabajo suplementario: el ejercicio doloroso de sacrificar opciones y
personas a las que se está apegado, y el ejercicio arriesgado de salir a buscar
a los “otros” para, en principio, escucharlos, y luego para confluir, y
convencer e incorporar a los indecisos y a los reticentes. Hacer primarias será
casi obligado, pero no primarias con sólo los “nuestros” para perder, sino
primarias con todos para ganar. Y plantear las elecciones no desde la
visibilidad del logo, sino desde la convicción de un programa común creíble. La
política municipal es la que mejor permite una confluencia de intereses y de
valores ciudadanos en el sentido alto de la palabra; la más propicia a un
frente popular y a un cambio rápido y visible en la forma de gobernar. Es y debe
ser el primer paso de una regeneración democrática profunda de nuestra sociedad
civil y política. Con o sin nueva ley de Mariano Rajoy.