Vienen a mogollón,
cabreados, dispuestos a jugarse el todo por el todo. Muestran una pancarta que
dice: «No nos representan.» Ante una declaración de intenciones tan explícita,
el establishment se escinde visiblemente en dos alas: el ala más enganchada a
las esencias, la más partidaria del liberalismo a ultranza y de la policía y la
inspección de Hacienda para los trabajos sucios, truena desde sus covachuelas:
«Pero qué se habrán creído esos pollos, duro con ellos que son talibanes y
chavistas.» Los parroquianos de la otra ala, lo que llamaríamos izquierdas de
elegir el nombre con el que se autodenominan, con una cintura más flexible
debido a los ejercicios de contorsionismo por los que tanta afición sienten, se
aproximan a los “nuevos” y les ofrecen pactos de candidatura, los enésimos, y
un talante abierto a la negociación de los puestos de la lista desde el ocho hacia
abajo (las cabeceras están ya copadas). Cuando los nuevos dicen que no, los
parroquianos se echan las manos a la cabeza: «Van al desastre.»
Nueva política ha
de significar, en primer lugar, formas nuevas. Formas de estar, de concurrir,
de posicionarse, de interactuar con las bases. Alguno preguntará en este
momento qué bases, si las bases no existen. Es un resabio de la vieja política;
se añoran aún los tiempos de las consignas, de la fe ciega, del no nos moverán.
Pero nos han
movido, las consignas caen en el vacío, y en lugar de la fe ciega lo que hay es
una retranca incrédula, la de quienes sudan sangre para encontrar un curro que
les permita malvivir hasta el próximo fin de mes. Eso son las bases. No vayáis
a ellas con programas ni trípticos impresos en papel couché, con arengas ni
puños en alto, con banderas ni ideales desplegados. La respuesta será el desplante
viral: «look the finger».
Ojo, no hay – no se
percibe, por lo menos – una divergencia con las posiciones tradicionales de la
izquierda en el terreno de las ideas. Puede que algunos de los nuevos tengan
una valoración de partida sobre el populismo menos negativa que la de otros que
abominan de él pero recurren todos los días a trucos y retóricas de naturaleza
populista. No es, desde luego, una diferencia importante. Los nuevos dicen también
que el problema hoy no es de la izquierda contra la derecha, y eso provoca un
gran revuelo; pero lo dicen porque advierten que una pátina de herrumbre, de
óxido, roe los aceros de la maquinaria política, e iguala hasta cierto punto a
izquierdas y derechas, y las descalifica a las dos.
Tampoco hay en este
asunto un problema generacional. No son jóvenes contra ancianos. ¿Basta como
muestra un botón? Ofrezco tres: el fiscal anticorrupción jubilado Jiménez
Villarejo en la candidatura europea de Podemos, el profesor Vicenç Navarro como
fautor del programa económico del partido, y la ex juez Manola Carmena como
candidata a la alcaldía de Madrid. Carmena es de mi generación;
Navarro y Villarejo, aún mayores.
Yo no habría
encontrado una elección mejor en ninguno de los tres casos. Pero no porque esté
más próximo a su edad, sino por las formas. Siempre las formas, el talante
diríamos, de no haber quedado devaluada la palabra en fechas cercanas.
Villarejo, Navarro y
Carmena son tres ejemplos brillantes de personas que han sabido desarrollar una
trayectoria personal en un contexto difícil, a contrapelo de la “casta”
dominante. Son también tres ejemplos de pedagogía, de magisterio en
relación con una juventud que no ha perdido el respeto a quienes han sabido ganárselo
a pulso.
Por ahí van a ir
los tiros en el futuro.