Ayer colgué de
estas páginas un artículo de Stefano Rodotà, en
torno al proyecto de «coalición social» cuya cabeza visible en Italia es el
secretario de la FIOM (el sindicato metalúrgico de la CGIL), Maurizio Landini. Rodotà favorecía esa perspectiva
desde una cierta cautela: el proyecto de Landini es aún incipiente, viene a
decir, y su mayor peligro es que las prisas y las «calendas electorales» le
impidan cuajar como sería de desear. En el mismo sentido se manifiesta hoy José Luis López Bulla en su post “La «coalición social»: ¿qué es
eso?” (1)
Coincido en la
cautela con los dos maestros. Y sin embargo, creo que se trata de un camino que
conviene explorar con más ahínco.
El nombre no es muy
sugerente: “coalición” suena a compromiso entre los estados mayores de los
distintos cuarteles generales en presencia. Malo, si se trata solo de eso. La
gracia estaría en articular un movimiento social y político de fondo, plural, con
cara y ojos, con voz y voto. Confeccionado a partir de retales diversos, pero
de forma tal que los pedazos, una vez cosidos, encuentren una identidad y unas
aspiraciones comunes.
Se trata, dicho de
otra forma, de “reinventar” la sociedad. Una operación que puede parecer el descubrimiento
de la sopa de ajo. Sí, pero atención. Margaret Thatcher
dijo una mañana cualquiera que la sociedad no existe, que solo existen los
individuos. Algunos nos reímos ese día, nos pareció una mera salida de tono de
una señora bastante bruta. Pero lo cierto es que primero las instituciones
financieras, y luego los gobiernos, uno tras otro como en una teoría de fichas
de dominó, marcharon por esa senda.
La sociedad dejó de
existir en los cálculos de la política económica. El trabajo, también. Hubo un
divorcio en el seno del llamado Estado social, formulación que es un disparate
semántico puesto que la sociedad es una estructura y el Estado una
superestructura. Cada cual fue por su lado: los servidores del Estado se
enriquecieron, los de la sociedad se empobrecieron simétricamente, y las clases
trabajadoras quedaron olvidadas en un rincón, no ya como fuerza activa sino
meramente como dato de la ecuación de gobierno, e incluso de oposición. La
solidaridad para con los débiles, los ancianos, los enfermos, los disminuidos,
los sin techo o sin arraigo, desapareció de los presupuestos públicos. Y la
ciudadanía ha devenido en plebe. Derechos conquistados a lo largo de dos siglos
de ascenso continuado han sido cercenados o demediados, y solo queda el del
plebiscito: un Sí o un No escuetos a las propuestas de los tribunos. Propuestas
que, por lo demás, se presentan siempre como un ultimátum y una amenaza: o esto
o el caos, no hay alternativa.
Reinventar la
sociedad a partir de la renovación de un gran pacto solidario parece el mejor
remedio posible en esta situación. No cabe confiar demasiado en los partidos
políticos, que en tiempos ejercieron con eficacia la tarea de mediación y
representación de la base social, pero ahora, o miran para otro lado, o necesitan
con urgencia pasar por el taller para algo más que una mano de pintura.
La sociedad no está
desaparecida, sino inerme: se indigna, se manifiesta, resiste, forcejea en mil
conflictos menores y paga las multas o los días de cárcel con los que la
castiga la autoridad competente. La sociedad, divorciada hoy del Estado e
ignorada en los protocolos del poder, necesita reafirmarse, articularse desde
abajo, y acumular fuerzas hasta conseguir una «masa crítica» (es la expresión
utilizada por Rodotà) que le permita negociar ventajas haciendo uso de un poder
de intimidación del que ahora carece.
No lo llaméis
coalición, llamadlo conjura solidaria si queréis. O empoderamiento. Lo que hace
falta en definitiva es un fortalecimiento de la base social. Mejor aún, un cambio
de base. Y en ese trenzado, aún por concretar, de vectores y fuerzas novedosas,
la representación del trabajo ha de ocupar por su dimensión y su jerarquía una
posición estratégica. No la de punta de lanza, sin embargo, sino la de centro
de gravedad. Un centro de gravedad que asegure el equilibrio del experimento, y
que amplíe de forma constante las expectativas y los horizontes. Que sea
garantía del cambio de base.