Anoche se nos
apareció en el Speaker’s Corner del Museu d’Història el mismísimo Miquel Falguera transfigurado en magistrado. De
verdad. En los tiempos del político-socio, Miguelito hacía sus pinitos en
pantalones cortos y con la cara florida de acné; recuerdo que los “veteranos”
próximos a la treintena lo poníamos de portero en los partidillos de fútbol-barbacoa
que montábamos por las excursiones del Ú de Maig a Les Planes o a Polinyà. Lo
poníamos de portero porque nos daba cosa alinearlo de medio estorbo, dada la
buena voluntad que ponía el chaval.
Después hubo un
tiempo en el que se engalló, y nos llamó socialdemócratas sin pestañear (era un
insulto grave, pero a él se lo disimulábamos), y nos afeó el dejarnos plumas –
plumas importantes, incluso – en las arriesgadas singladuras de macro pactos
confederales a tres bandas que entonces emprendimos.
Ayer nos lo volvió
a recordar, acompañando su crítica con cariñosos elogios a dirigentes tales como
Cipriano García, Josep Solé Barberá y José Luis López Bulla. Como si no hubiera pasado el
tiempo. Solo que ahora Miquel Falguera i Baró es magistrado del Tribunal
Superior de Justicia de Catalunya, y de los ex veteranos, algunos nos han
dejado y otros somos unos iaioflautas
jubilados.
No es solo que Miquel
sea ahora un magistrado, es decir un exponente clásico de la “casta”, sino que
además se declara feliz de serlo. Él y su colega y compadre Félix Azón, que se confesó honrado y gratificado por
la misión de presentar a un espécimen tan singular, nos ametrallaron a sus
oyentes con datos, comparaciones, clasificaciones y propuestas en torno a lo
mal que estamos todos desde la reforma laboral de 2012. No voy a repetir sus
palabras, en primer lugar porque no tuve la precaución de llevarme un boli y un
bloc, y me sería imposible recordarlo todo. De otro lado, el interesado las encontrará
puntualmente en la web del sindicato. Solo voy a recordar una de sus afirmaciones
contundentes: el trayecto que debe emprender la oposición política y sindical ante el marasmo
actual no consiste en presentarse con los viejos pactos welfarianos ante el
poder para exigir su cumplimiento porque ese mismo poder comprometió en ellos
su firma.
El Estado social
fue un gran paraguas en el que muchos nos cobijamos en busca de refugio contra
los chaparrones del poderoso caballero Don Dinero. Hoy el paraguas no existe, o
se ha empequeñecido tanto que no es útil a casi nadie. Hemos de aprender a
vivir sin paraguas. El trayecto hacia el progreso pasa hoy necesariamente por
una nueva negociación, en nuevas condiciones, con nuevos contenidos. Una gran
negociación que no es posible emprender desde la debilidad de los vértices,
sino desde la fuerza consciente de las bases. Porque es fácil constatar que ha
habido un cambio de bases, y eso es solo el principio, las cosas van a cambiar
más aún.
Recordó Miquel una
declaración de la actual ministra de Empleo y Seguridad Social – entre
paréntesis, ya no hay un ministerio de Trabajo sino de Empleo; tampoco en
Catalunya una conselleria de Treball, sino de Ocupació; las palabras nunca son
neutrales –, doña Fátima Báñez, en el sentido de
que temía más a los jueces que a los hombres de negro en el asunto de la
reforma laboral. Va a resultar que la ministra tenía razón.
Desde su punto de
vista, claro, no desde el nuestro.