lunes, 30 de marzo de 2015

SOBRE LA DESUBICACIÓN DE LA IZQUIERDA. UN ANTECEDENTE (y 2)


La resistible ascensión del capitalismo monopolista de Estado a la condición de representación político-ideológica

El desarrollo industrial capitalista masivo que está teniendo lugar en Italia desde finales del decenio de los 50 propone a Palmiro Togliatti un desafío que estimula al máximo su vigor intelectual. No es un experto en economía, en general el tema le aburre, y sin embargo es el primero en captar la importancia cabal de un análisis serio de la línea de tendencia en la que se inscribe una situación con características nuevas, lo que podríamos denominar un cambio de paradigma en el proceso de industrialización del país.
Giorgio Bocca, en la biografía de Togliatti a la que se ha hecho referencia en la primera parte de este apunte histórico (1), incluye el siguiente comentario de Rossana Rossanda, responsable en aquel momento de la política cultural del PCI: «Había envejecido; incluso estaba cansado y quizás amargado por una situación que había desbaratado todos sus planes. Sin embargo, fue el primero en comprender que era preciso cambiar el rumbo, que era necesario revisar el meridionalismo de Alicata y escuchar las voces de los norteños, que estaban metidos en el fondo de los problemas de la sociedad industrial.»
No es solo eso. Togliatti percibe que un cambio de rumbo puede mejorar de forma sustancial las expectativas del partido tanto en el contexto del movimiento comunista internacional como en el terreno de la política interna. En este último, un trabajo a fondo desde la CGIL, en la que la componente socialista es cualitativamente importante, puede favorecer una recomposición de la línea política común entre comunistas y socialistas, que conjure la amenaza de ruptura total que se dibuja en el horizonte. De otro lado, con el cambio de pontificado, un factor al que se ha prestado hasta el momento muy poca atención, se abren perspectivas de entendimiento con la tendencia de izquierda de la Democracia cristiana. Juan XXIII publica en 1961 la encíclica “Mater et magistra” sobre temas sociales, que es juzgada de inmediato por el partido como de inspiración neocapitalista. Pero enseguida aparece con claridad el interés y la preocupación del papa Roncalli por los temas mundanos, en vivo contraste con la sordera y la mudez de su antecesor Pacelli, el papa que excomulgó a los comunistas.
Y en lo que respecta al escenario internacional, no se le escapa a Togliatti que la revolución industrial, aunque asume formas diferentes en los países socialistas y en los capitalistas, actúa objetivamente a favor del policentrismo. En la Unión Soviética decae la primacía de la industria pesada preconizada por Stalin. Con el vuelo orbital de Yuri Gagarin, la URSS se adelanta a Estados Unidos en la carrera del espacio. Paralelamente, se adoptan tecnologías avanzadas dirigidas a incrementar la producción de bienes de consumo. Un criterio aplicado en Rusia, razona Togliatti, no podrá negarse a los partidos comunistas de Europa occidental, entre ellos al partido italiano.
El debate sobre el neocapitalismo se abre en Italia con una conferencia de los comunistas en las fábricas, el 6 de mayo de 1961. Amendola desempeña una gran actividad y energía, tanto en dicha conferencia como en el debate capilar que se abre a continuación. En septiembre, publica en Rinascita un artículo titulado «El “milagro” y la alternativa económica», en el que señala que es preciso dar un juicio más profundo sobre las contradicciones, los límites y las consecuencias políticas del “milagro económico”, pero que ese juicio no puede acabar en un rechazo sin más. No existe un proyecto capitalista global, ni una planificación estratégica de las inversiones. No se debe sobrevalorar la racionalidad de la iniciativa. Propone en definitiva que el partido no se cierre a sí mismo las posibilidades de intervención. No todas, pero hay reformas que se deben apoyar.
El artículo de Amendola está polemizando con la posición de la llamada nueva izquierda, en la que destacan Pietro Ingrao, Lucio Magri y Bruno Trentin. Ellos sostienen que sí existe un plan de reestructuración capitalista, un plan capaz de resolver algunos de los problemas fundamentales de Italia: industrializar el Sur, transformar la agricultura, modernizar la administración y ampliar el consumo. Todo lo cual, de llevarse a cabo con criterios reformistas, asegurará a la burguesía y a sus aliados socialdemócratas una fuerte hegemonía. Proponen enfrentarse a la situación con una renovación y un auge sostenido de las luchas de masas, centradas en las reivindicaciones económicas y en las condiciones materiales del trabajo en las fábricas.
Es significativo el juicio histórico del propio Giorgio Bocca sobre esta última posición, pasados tan sólo unos pocos años (el libro fue escrito en 1973): «La nueva izquierda sobrevalora, quizá con propósitos tácticos, el cambio neocapitalista.» Desde la perspectiva actual, habría sido realmente difícil sobrevalorar las potencialidades de aquel cambio. La nueva izquierda acertó en el diagnóstico, y fue Amendola quien infravaloró la racionalidad capitalista.
Pero no es ese el meollo de la cuestión. Togliatti siguió el debate «con fervor», según Bocca, y, muy de acuerdo con su personalidad, no quiso dar ni quitar la razón por entero a una de las partes. Era necesario buscar una síntesis, un terreno de acuerdo entre las dos posturas encontradas. Ese terreno existía. Había una coincidencia general en la necesidad de situar el motor de la industrialización en el sector público de la economía, y más en concreto en los sectores estratégicos: la banca, la energía, las comunicaciones.
Es en ese momento de la síntesis cuando asciende al primer plano, de forma inopinada e inadvertida para todos, esa peculiar manipulación de los datos de la realidad que Terzi califica como una «representación político-ideológica». Algo no demasiado concreto y que no explica de forma satisfactoria los cambios en curso, pero que proporciona a los actores del drama la sensación confortable de que controlan los acontecimientos.
Se utiliza para ello la categoría leninista del “capitalismo monopolista de Estado” (CME). En su concepción inicial, se trata de una fase decadente del capitalismo en la cual el Estado debe poner en juego todas sus prerrogativas para acudir en auxilio de las fuerzas del capital, como último recurso para mantener la dominación burguesa sobre el proletariado. Ahora se aprovecha a fondo el argumento de autoridad – el concepto lleva el marchamo inconfundible de Lenin – pero se realiza una torsión curiosa. El CME ya no es el período de declive del capitalismo que precede a la revolución, sino más bien una fase de maduración de las fuerzas productivas que “anticipa” una transición más o menos pacífica e indolora al socialismo; es su antesala. El Estado pierde en la nueva interpretación sus connotaciones negativas. Ya no ayuda a la burguesía en apuros a mantener su dominación secular; es un aparato neutral, interclasista, al que corresponde la función de ejercer de testigo de un traspaso de poderes en la dirección de una sociedad madura para el socialismo y de una economía que ha llegado a su punto óptimo de eficiencia tecnológica.
No estoy en disposición de rastrear quién concibió y cuál fue el origen de dicha modificación teórica, pero lo cierto es que hizo fortuna. Togliatti la insinuó en su informe al comité central de enero de 1962: «No existe ninguna experiencia de cómo se puede o se debe conducir con éxito la lucha por el socialismo en un régimen de avanzado capitalismo monopolista de Estado, […] ni existen indicaciones explícitas en los clásicos de nuestra doctrina.» El tema del CME se discutió a propuesta de Amendola en la Conferencia de Moscú, el mes de agosto, y representó un gran éxito para las tesis de los italianos. Los soviéticos admitieron que la creación de empresas estatales era tácticamente útil, y dieron a regañadientes su aprobación al Mercado Común europeo porque, aun cuando se encontraba en la esfera de la OTAN, aminoraba la presión económica norteamericana sobre Europa.
En el largo plazo, lo grave de la aparición de la “representación ideológica” del CME es que fue incluida en el proyecto global de cambio de la izquierda, y bendecida y adoptada en bloque por los manuales al uso. Utilizo de nuevo las palabras de Bocca: « Se teoriza que la extensión del sistema del capitalismo monopolista de Estado significa, objetivamente, la maduración de las condiciones para el paso al socialismo y, por tanto, el partido debe batirse por ampliar la intervención del Estado en la vida económica. Esta teoría es desarrollada por Longo en un ensayo en el que sostiene que el capitalismo monopolista de Estado, aun cuando no contiene en sí nada de socialista, es el estadio del capital “entre el cual y el socialismo ya no existe ningún paso intermedio”, para decirlo con palabras de Lenin.» (Pág. 571. Los subrayados son míos. El ensayo a que hace referencia el texto es: G. y L. Longo, El milagro económico y el análisis marxista, Roma 1962, pág. 95.)
La vida siguió su curso. Los dos “otoños calientes” de 1968 y 1969 pusieron a prueba, con nota alta, las tesis de la nueva izquierda de Trentin, Magri e Ingrao, sin olvidar a sindicalistas eminentes procedentes del campo socialista, como Vittorio Foa. Trentin fue reprendido desde la dirección del partido; se le acusó de «pansindicalismo» y se le recordó el necesario «primato della política». Luego cambió el ciclo económico, acabó la prosperidad, Thatcher y Reagan llegaron al poder, y todo el artefacto del “capitalismo monopolista de Estado” como semillero del nuevo orden socialista, la hegemonía del sector público y la primacía de los sectores estratégicos, todo, empezó a ser desmantelado y vendido en almoneda al mejor postor.
Aquel cataclismo dejó a la izquierda desubicada, sin un programa claro y sin discurso propio. Quizás es hora ya de hacer un nuevo intento.