martes, 3 de marzo de 2015

ESPAÑA ABSTRACTA


Hay un arte abstracto contrapuesto a otro figurativo. En el arte figurativo se distinguen, con más o menos precisión y realismo, personas, casas, montañas, prados, jarrones con flores, caballos, barcas varadas en la playa, y otras cosas semejantes. En el abstracto sólo hay manchas de color, crudas o dispuestas en gradaciones estudiadas.
Hoy los periódicos traen la noticia de que en el mes de febrero el desempleo disminuyó en España en 13.538 unidades, y se crearon en el mismo mes 96.909 empleos. Son las mejores cifras en mucho tiempo, nos dicen. Son, con todo, cifras abstractas, desprovistas de significado concreto, desligadas de toda intención figurativa.
Otras cifras con mayor vocación descriptiva colorean un paisaje humanizado en el que se intenta perfilar e individualizar distintas figuras: así el descenso continuado de las rentas procedentes del trabajo, hasta el 14,6% desde 1980. El reparto cada vez más desigual de la riqueza interior, de modo que el 5% de la ciudadanía acapara ya más de la cuarta parte del total. El repunte sensible de los accidentes laborales, incluidos los mortales, durante el pasado año, en la industria y la construcción. La persistencia e incluso el agravamiento del maltrato físico a las mujeres, al que debe añadirse otro machismo menos directo pero igualmente lesivo: la consideración de la mano de obra femenina como algo de menor “calidad” en el terreno laboral, de modo que a igual trabajo le corresponde un salario consistentemente disminuido. El rigor implacable de los desahucios, que prosiguen a un ritmo creciente con acompañamiento de policía antidisturbios y de actuación en tiempo real de las excavadoras: se destruye la vivienda al mismo tiempo que se expulsa al habitante. La estadística persistentemente ocultada de los suicidios, que también contribuyen a rebajar las cifras del desempleo pero se prestan mal a conclusiones triunfalistas.  
Para apreciar el colorido de todas esas cuestiones adyacentes, concretas, figurativas, hemos de remitirnos a los pinceles manejados por algunas organizaciones no gubernamentales, porque las gubernamentales están en otra labor: la de pintar una España abstracta que quede bonita colgada en la pared del recibidor de las viviendas de alto standing que se están poniendo a la disposición de inversores extranjeros cualificados.
Por el mismo proceso de abstracción de la realidad, el dinero ha dejado de ser hace mucho tiempo la unidad de medida de las cosas para convertirse en la cosa misma, en lo único que recibe la consideración de una existencia “real” y autónoma, más allá de las comparaciones y de las estadísticas. Tanto tienes, tanto vales. Un joven Carlos Marx señaló con agudeza en los Manuscritos de 1844 la siguiente consecuencia capital de ese hecho en las relaciones sociales: «Lo que me sirve de mediador para mi vida, me sirve de mediador también para la existencia de los otros hombres para mí; eso [el dinero] es para mí el otro hombre.» (Citado por Víctor Gómez Pin, Reducción y combate el animal humano, Ariel, p. 73).
El arte abstracto, traducido a las ciencias sociales, se llama cosificación. Y la cosificación es otro nombre de la deshumanización.