Hay un arte
abstracto contrapuesto a otro figurativo. En el arte figurativo se distinguen,
con más o menos precisión y realismo, personas, casas, montañas, prados,
jarrones con flores, caballos, barcas varadas en la playa, y otras cosas
semejantes. En el abstracto sólo hay manchas de color, crudas o dispuestas en
gradaciones estudiadas.
Hoy los periódicos
traen la noticia de que en el mes de febrero el desempleo disminuyó en España
en 13.538 unidades, y se crearon en el mismo mes 96.909 empleos. Son las
mejores cifras en mucho tiempo, nos dicen. Son, con todo, cifras abstractas, desprovistas
de significado concreto, desligadas de toda intención figurativa.
Otras cifras con mayor
vocación descriptiva colorean un paisaje humanizado en el que se intenta
perfilar e individualizar distintas figuras: así el descenso continuado de las
rentas procedentes del trabajo, hasta el 14,6% desde 1980. El reparto cada vez
más desigual de la riqueza interior, de modo que el 5% de la ciudadanía acapara
ya más de la cuarta parte del total. El repunte sensible de los accidentes
laborales, incluidos los mortales, durante el pasado año, en la industria y la
construcción. La persistencia e incluso el agravamiento del maltrato físico a
las mujeres, al que debe añadirse otro machismo menos directo pero igualmente
lesivo: la consideración de la mano de obra femenina como algo de menor “calidad”
en el terreno laboral, de modo que a igual trabajo le corresponde un salario
consistentemente disminuido. El rigor implacable de los desahucios, que
prosiguen a un ritmo creciente con acompañamiento de policía antidisturbios y
de actuación en tiempo real de las excavadoras: se destruye la vivienda al
mismo tiempo que se expulsa al habitante. La estadística persistentemente
ocultada de los suicidios, que también contribuyen a rebajar las cifras del
desempleo pero se prestan mal a conclusiones triunfalistas.
Para apreciar el
colorido de todas esas cuestiones adyacentes, concretas, figurativas, hemos de remitirnos
a los pinceles manejados por algunas organizaciones no gubernamentales, porque
las gubernamentales están en otra labor: la de pintar una España abstracta que
quede bonita colgada en la pared del recibidor de las viviendas de alto
standing que se están poniendo a la disposición de inversores extranjeros
cualificados.
Por el mismo
proceso de abstracción de la realidad, el dinero ha dejado de ser hace mucho
tiempo la unidad de medida de las cosas para convertirse en la cosa misma, en lo
único que recibe la consideración de una existencia “real” y autónoma, más allá
de las comparaciones y de las estadísticas. Tanto tienes, tanto vales. Un joven
Carlos Marx señaló con agudeza en los Manuscritos
de 1844 la siguiente consecuencia capital de ese hecho en las relaciones sociales:
«Lo que me sirve de mediador para mi vida, me sirve de mediador también para la
existencia de los otros hombres para mí; eso [el dinero] es para mí el otro hombre.» (Citado por Víctor Gómez
Pin, Reducción y combate el animal
humano, Ariel, p. 73).
El arte abstracto,
traducido a las ciencias sociales, se llama cosificación. Y la cosificación es
otro nombre de la deshumanización.