lunes, 2 de marzo de 2015

TARDOMARIANISMO


El debate del estado de la nación nos ha dejado la imagen de un Mariano Rajoy con las constantes vitales próximas a los mínimos de subsistencia. Aquella impenetrable coraza de cara dura con la que sobrenadaba el largo rosario de noticias diarias, monótonamente repetitivas, de corrupción en sus filas; aquella aguda visión de estadista, consistente en verlas venir sin mover un dedo; aquella inquebrantable impavidez con la que anunciaba en exclusiva la visión de brotes verdes y luces al final de los túneles, incluso en lo más recio de la tormenta financiera, todo pertenece ya al pasado. Incluso en la bonanza de las cifras estadísticas de la macroeconomía y al socaire de un poder judicial exquisitamente sensible a las indicaciones que destellan de los semáforos de la gobernanza de la nación, Mariano no ha tenido la capacidad de seguir siendo igual a sí mismo. Ha sido patético, para utilizar una expresión que él adjudicó a otro pero que, reflejada por un eco burlón, ha ido a recaer sobre su persona. Las pantallas de plasma y los medios informativos han registrado con fidelidad, junto a las huellas consabidas de su ADN peculiar, muchos pequeños signos premonitorios de decadencia, de fin de ciclo, de postrimería.
Como la historia tiende a repetirse en clave de comedia, las elites vicarias que rodean al poder abrigadas a su calorcillo, se hacen fotos de familia con sonrisas pascuales, mientras entre bambalinas todos riñen en sordina y se entretienen en zancadillas recíprocas. Los conspires se multiplican. Cada cual de entre los palmeros contumaces de Mariano busca asegurarse un lugar al sol en el previsible nuevo orden que sucedería a un cataclismo electoral. Y resurge de entre las sombras del pasado la figura del viejo caudillo lanzando mensajes crípticos con aires de pitonisa de Delfos, mientras un Bárcenas exclaustrado exhibe en Baqueira sus esquíes nuevos.
Hubo en tiempos un tardofranquismo lánguido como un atardecer de verano, y estamos ahora mismo en un tardomarianismo sincopado por la aceleración exponencial de los tiempos de la política. Entonces morían cuarenta años de régimen; ahora, tan solo cuatro. Cuatro, nada más. ¡Pero nos parecen tantos!