Informa la prensa
diaria de que en un desayuno informativo celebrado por La Tribuna en el parador
de Cuenca, la secretaria general del Partido Popular María Dolores de Cospedal
se declaró partidaria de suspender la final de la Copa del Rey de fútbol y desalojar
el estadio en el caso de que los espectadores silben el himno nacional. «Quien
no quiera ir a ver ese partido que no vaya, y si un equipo no está de acuerdo,
que no juegue», ha añadido para justificar su opinión.
El argumento utilizado
simplifica en exceso los términos de la situación, que es lo que suele
ocurrirle a menudo a doña María de los Dolores. Habla por no callar, por los
descosidos como suele decirse, y así le va. Vamos a enumerar algunas cuestiones
que no ha tenido suficientemente en cuenta:
Primera, que quien
va a un estadio lo hace para ver fútbol y no para escuchar un himno. Haga la
prueba cuando quiera la señora, y dé una audición del himno nacional en el estadio
Bernabéu o en el Teatro Real si lo prefiere, cobrando la entrada al precio de
la final de copa. Luego puede contar los espectadores de los dos eventos y
establecer las conclusiones pertinentes.
Segunda, que los
clubes no tienen libertad para jugar o no la llamada Copa del Rey (llamada así
de forma tradicional y no se sabe muy bien por qué motivo, ya que no es el
monarca quien financia de su bolsillo el evento). La Federación ha incluido la
competición en su calendario, y los clubes sin excepción deben participar con
sus primeras plantillas, so pena de ser multados y sancionados con dureza.
Tercera, que desde
la Roma de los césares es bien sabido que el fútbol es, con el reparto gratuito
de pan, un milagroso exutorio para el descontento de las masas. En Roma lo
llamaron «panem et circenses», y gustaban de soltar leones en el coliseo en
lugar de balón. Hoy el pan de balde ha caído en desuso, pero se mantienen los
circenses e incluso la fraseología de la época: se habla de “gladiadores” que
pisan la “arena” y van “a muerte”. Incluso los componentes de uno de los
equipos presentes en la final son conocidos como “leones de San Mamés”. Quebrar
de improviso una tradición tan bella y acrisolada por culpa de los silbidos a
un himno sería, por decirlo de alguna manera, poco sensato. Nunca se sabe qué
hará a continuación una multitud que ha pagado religiosamente su entrada y a la
que de pronto se priva del espectáculo épico con el que se relamía de antemano.
Ni siquiera Nerón o Calígula harían una cosa así.
Cuarta,
consiguientemente cabe sospechar que doña María Dolores habló en Cuenca de
boquilla. Su piadosa intención fue tal vez amagar para no tener que dar, y muy
probablemente el efecto de sus palabras será el contrario al deseado, y arreciarán los
silbidos y abucheos a algo que no es en ningún caso el motivo que convoca a un
gentío tan grande en el recinto cerrado de un estadio deportivo. Ella sabrá
entonces lo que se hace (en fin, supongo yo que lo sabrá), pero dudo que tenga
lo que eufemísticamente llaman los británicos “cataplains” (el término es intraducible, lo siento) para suspender
el partido y mandar a la fuerza pública a desalojar por la brava los graderíos.
Visto y considerado
todo lo cual, la conclusión que se impone es que la eximia dirigente popular ha
perdido una ocasión de callarse. Una más, y excelente en este caso.