¿Cómo
hemos llegado a este punto?
Hace ya cuatro
años, el primer ministro italiano Berlusconi fue destituido y reemplazado en el cargo por el
tecnócrata Mario Monti, por decisión (o diktat)
del Banco Central Europeo respaldada por la cúpula de la Unión Europea. En
aquella ocasión lamentable para la democracia, dos veteranos de mil batallas de
la izquierda italiana, Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi, desarrollaron una
curiosa polémica epistolar en la que pasaron revista a la situación de crisis
generalizada (del Estado, de la economía, de la izquierda, de la democracia),
buscaron los orígenes del catastrófico declive de la política en su país, y
apuntaron posibles vías de solución. Tan divergentes fueron las conclusiones de
los dos, que titularon el libro resultante Los
desacuerdos amistosos. El lector curioso y paciente puede encontrar una
versión del mismo en las páginas de este blog correspondientes a los primeros
meses del año 2014.
Ante la pregunta
“¿Cómo hemos llegado a este punto?”, Terzi señalaba entonces lo siguiente: «Insisto en el hecho de que son las transformaciones
ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y de pensar de las personas, y en
la organización material de su vida, las que han determinado una desubicación
de la izquierda. Hay toda una representación político-ideológica tradicional
que ya no consigue explicar los cambios, y de ese modo se produce un
distanciamiento creciente entre la política y la vida real.»
Con cautela, señaló el propio Terzi el “Compromiso histórico” como un momento
significativo de ese distanciamiento en Italia. ¿Razón? Se intentó entonces dar
una solución exclusivamente política, por tanto simplista, a un problema de
características mucho más complejas. En todo caso, añadía, el Compromiso fue un
síntoma, más que una causa, de esa desubicación de la izquierda en la
comprensión global de los problemas y en su tratamiento.
Bertinotti, por su parte, proponía varias fechas
y episodios posibles, siempre en los inicios de los setenta. Una de las
propuestas que mencionaba, no suya sino procedente de una lectura reciente,
retrotraía a la década anterior el origen del problema: «Cesco Chinello, un dirigente del PCI inteligente, culto y apasionado,
cuenta que a principios de los años sesenta, de vuelta de una reunión de
partido sobre la nueva condición obrera, se le ocurrió que la historia
revolucionaria del PCI había concluido en aquella fase, por su incapacidad de
captar la naturaleza del neocapitalismo y, al mismo tiempo, la de la nueva
subjetividad obrera.»
Aun para quienes estamos convencidos de la
justeza del punto de vista de Terzi y de Chinello – el modo de ser y pensar de
las personas, la “nueva subjetividad obrera”, la naturaleza del capitalismo (neo
o no neo), las condiciones materiales de vida, son la realidad en la que se
ubica o se desubica la izquierda –, las fechas del origen del problema que los
dos proponen resultan a primera vista difíciles de respaldar. En contra de esa
hipótesis se alza la enorme vitalidad, la masividad y la fuerza del PCI tanto
en el ámbito nacional como en el internacional, en los comienzos de la década
de los sesenta del siglo pasado. Sin embargo, he encontrado una posible
confirmación de la intuición de Terzi y Chinello en la lectura de la biografía
de Palmiro Togliatti, escrita por Giorgio Bocca (Grijalbo 1977, traducción de
Mariano Lisa). Entiendo que el repaso a esa historia más o menos lejana puede
aportar algunas lecciones válidas para la situación presente. Examinemos, pues,
los hechos con más detenimiento.
La urgencia de un cambio
político
Togliatti, el histórico secretario general
del partido comunista italiano, se encuentra hacia finales del año 1960 agobiado por
muchas incógnitas de diferente tipo. Es un hombre experto en equilibrios (quizás
conviene recordar en este momento a algún lector joven que aquellos años,
marcados por la guerra fría y la amenaza atómica, fueron una época de
equilibrios precarios, igual que esta lo es de desequilibrios profundos; que
entonces el mundo estaba dividido entre las grandes potencias, mientras que
ahora está invadido por las grandes prepotencias). Pero siente insuficientes
sus recursos ante las crisis que se suceden y se superponen a un ritmo
acelerado.
Está en primer lugar la crisis internacional
derivada de la muerte de José Stalin y su sucesión. Togliatti ha sorteado con
habilidad la primera andanada de denuncias contra el estalinismo y el culto a
la personalidad que recorre todo el bloque socialista y los partidos comunistas
de occidente. En el altar en el que se había entronizado en Italia a los dos
padres del partido de la revolución, Stalin y Togliatti, se produce un cambio sustancial,
y ahora es Gramsci quien acompaña en la veneración de las masas trabajadoras a
Togliatti. Este ha insistido con más fuerza, en los foros internacionales, en
el policentrismo, es decir en la pluralidad de vías nacionales hacia el
socialismo, para desmarcarse de las desagradables revelaciones que están llegando
del entorno soviético; y ha contrarrestado las acusaciones de culto a la
personalidad en las filas del partido acusando al histórico Pietro Secchia de
personalismo y destituyéndolo del puesto que ocupaba al frente de la secretaría
de organización.
Pero en otoño de 1960 Nikita Kruschev, recién
asentado en el poder en la URSS, lanza un nuevo ataque a fondo contra el
estalinismo durante la preparación del XXII Congreso del PCUS: suspende de sus
funciones a una tercera parte de los funcionarios del partido, y prepara la
eliminación definitiva de los restos de la “vieja guardia”: Molotov, Malenkov,
Kaganovich y Voroshilov. Togliatti no aprecia en absoluto a Kruschev y habría apostado
por una transición mucho menos traumática, por una rectificación en sordina de
las rutinas burocráticas, como mucho. Pero la grandilocuencia y el estilo zafio
de hacer política de Kruschev provocan una tormenta, y en el seno del PCI las protestas
y las críticas a la nomenclatura se disparan. La resolución sobre el XXII
Congreso redactada por el comité central del PCI en diciembre de 1960 – un
intento forzado de nadar entre dos aguas – es rechazada, y Togliatti se ve
obligado a redactar otra con Enrico Berlinguer y Bufalini. Obligado a tragar el
sapo, cansado, consciente de su edad avanzada (está ya muy cerca de la
divisoria de los setenta años), sopesa en ese momento incluso su retirada del
primer plano de la política. Su enorme prestigio personal entre las bases sigue
intacto, sin embargo. La madre de Pajetta, uno de los "leones" significados del
partido, escribe a su hijo: «Giancarlo, ¿cómo es posible que te hayas puesto en
contra de Togliatti?»
En esas
circunstancias, el clima anticomunista generalizado impulsa al socialista Nenni
a dar por acabada la política de frente popular con el PCI. Cuaja en esas
fechas la formación de un centro-izquierda italiano, que une a socialistas,
radicales, republicanos y socialdemócratas. El PCI corre, por primera vez desde
el año 45, el peligro de quedar aislado en la política nacional.
Y con ese trasfondo,
se disparan de pronto en todo el país las dimensiones gigantescas del gran
“boom” del desarrollismo y la industrialización, el llamado “milagro económico”
neocapitalista, con su secuela de grandes migraciones internas desde el Sur
agrario hacia el Norte fabril. Un terremoto más, que el partido, centrado hasta
aquel momento en una vocación meridionalista volcada a corregir solidariamente
los desequilibrios en el desarrollo de las regiones, está obligado a tener en
cuenta y analizar a fondo.
(mañana la conclusión)