Cualquiera pensaría
que las autoridades europeas iban a considerar suficiente el castigo sufrido
por el pueblo griego – no por un gobierno griego de este o aquel color, sino
por ese pueblo del que los gobiernos democráticos se dicen servidores, ese
pueblo por el que están obligados a velar también quienes llevan las riendas de
la cosa pública en la Unión –. Pues no.
Cualquiera pensaría
que el jefe de un gobierno elegido democráticamente, avalado por una mayoría
consistente, con un respaldo popular muy amplio, merece credibilidad cuando presenta
un programa económico arriesgado pero coherente. Y si no merece credibilidad,
parece imposible que no merezca siquiera, como mínimo, un trato cortés, un
respeto, un “poquito de por favor” como se pedía en una serie televisiva hace
pocos años. Pero Schäuble y Guindos, por no mencionar más que a los dos ninguneadores
más destacados, han perdido el control de las formas de la diplomacia
internacional y se han dedicado a descalificar y bravuconear hasta el punto de provocar nuestro sonrojo, nuestra vergüenza
ajena.
Es algo divulgado
en su momento, y conocido por todos, que los datos macroeconómicos sobre los que se calcularon las condiciones del
primer rescate griego y la política impuesta a partir de entonces por la troika
a dicho país, contenían errores gravísimos de apreciación. No es que hubiese un
desvío en las previsiones; es que las cosas fueron por el camino diametralmente
opuesto. La medicina agravó el estado del paciente. En lugar de avanzar, el
país fue de culo a ritmo acelerado.
Cualquiera pensaría
que tales errores reconocidos y asumidos por las autoridades pertinentes y
reconocibles iban a dar lugar a una rectificación. Pues tampoco. Lo que imparte
la tecnocracia instalada en los vértices no electivos, no democráticos, del BCE y del FMI, no es ciencia económica sino ideología económica. No ha lugar a la
rectificación, toda la fuerza acumulada al servicio de las oligarquías
financieras se aplica a quebrar el espinazo de la fuerza de trabajo, de las
clases populares y de las organizaciones que las representan.
Hacia fuera se
habla de la salida de la crisis, de puertas adentro los oligarcas deben de
estar comentando entre ellos: «¿Para qué salir nosotros de una crisis que nos está rindiendo unos beneficios tan
pingües?» Y unamunianamente exclamarán: «¡Que salgan ellos!» (Si pueden, claro.)
Un sencillo
ejemplo. El drástico recorte en las energías renovables llevado a cabo por el
gobierno español del PP en 2014 se amparaba oficialmente en dos informes de
expertos. El Tribunal Supremo ha reclamado esos dos informes, y viene a
resultar que, de uno de ellos, no se llevó a la práctica ninguna de las medidas
propuestas; el otro informe, caso todavía más singular, se emitió tres meses
después de que se produjeran los recortes.
No gobierno de los
técnicos, sino gobierno de los ideólogos. No salida de la crisis, sino chapoteo
en la crisis para conseguir ventajas unilaterales. Quizá no está de más
recordar a quiénes favoreció el recorte en las renovables: a las eléctricas. En
el consejo de Endesa ocupa un lugar destacado José María Aznar. En el de Gas
Natural, Felipe González. Yo diría, que alguien me corrija si me equivoco, que
a esa figura se le denomina colusión. Luego se quejarán de que les llamemos “casta”.