Sostenía el
filósofo griego Epicuro que en el interior de cada hombre hay un cerdo dormido.
Muchos siglos después el humorista británico P.G. Wodehouse se atrevió a
contradecirle y afirmó que él en persona había visto a algunos de esos cerdos
singularmente despiertos. Wodehouse tenía razón. El cerdo que dormita en el
fondo de cada humano se despereza, gruñe y hociquea afanoso en momentos tales
como una campaña electoral. En estas circunstancias de suprema
irresponsabilidad – cada cual sabe que promesas y juramentos serán palabras que
se llevará el viento con la publicación de los resultados electorales –, sale a
relucir toda la cochambre que el estamento político se esfuerza como puede en ocultar los
días laborables.
No un mindundi sino un delegado del
Gobierno, nada menos, se ha declarado contrario a que Andalucía sea gobernada
desde Cataluña. Dejemos de lado lo improbable de tal eventualidad, y
centrémonos en el fondo del asunto: ¿en qué diferiría esa circunstancia en
relación con la hipótesis mucho más probable de que Andalucía sea gobernada
desde Madrid? Si todos los españoles somos iguales en derechos y deberes ante
la ley… ¿O es que no lo somos? ¿Se está aferrando el señor delegado del
Gobierno (de Madrid), no a la Constitución vigente, sino a otra constitución
paralela no escrita?
Ha añadido el mismo
señor que no está dispuesto a que le gobierne un individuo que tiene por nombre
Albert. No se trata de fobia al nombre en sí (sin duda san Alberto Magno le
parece al delegado suficientemente respetable), sino a la lengua. Einstein, por
poner un ejemplo, también se llamaba Albert. Una circunstancia que no molestó a
nadie, que se sepa; sí la causó, en cambio, el hecho de que fuera judío. Hay
cristianos viejos – no todos, no tengo intención de generalizar sino, muy al
contrario, de particularizar – que dan más beligerancia al dogma de la
Santísima Trinidad que a la teoría de la relatividad. Existe sin embargo un
cierto consenso en relación a que la segunda explica mejor que la primera los
datos de este mundo tal como los conocemos.
He dado un ejemplo
relacionado con la campaña electoral andaluza. En septiembre padeceremos los
catalanes el mismo dolor de muelas y nos tocará oír los mismos rebuznos en la
dirección contraria. Quienes los prodigan deberían leer por lo menos las
encuestas y saber el escaso aprecio que tiene la gente del común por la clase
política. Y reflexionar consigo mismos sobre cuál puede ser la razón por la que
los políticos en conjunto están tan mal valorados por la ciudadanía.