El Banco Central
Europeo y el Fondo Monetario Internacional no nos dejan dormirnos en los
laureles. Creíamos ser los primeros de la clase, el asombro del mundo
civilizado, pero Mario Draghi, presidente del BCE, y Olivier Blanchard,
economista jefe del FMI, se nos han puesto de perfil y acaban de dirigirnos una
seria reprimenda. Ahora resulta que hace falta otra reforma laboral.
De eso estábamos convencidos,
a pesar de que vamos ya por la cuarta o la quinta, en pocos años; pero nos
separa de los dos ilustres economistas un matiz importante. Nosotros apostamos
por una reforma laboral que vaya en dirección contraria a la última; por
el contrario, lo que nos propone el dúo de pirómanos es una dosis mayor de la
misma medicina. El mercado de trabajo, dicen, es aún dual, con un sector «demasiado
protegido» y otro, el de los jóvenes, demasiado poco. Su recomendación
ferviente es que se sigan desmantelando los mecanismos de protección y se promueva
el empleo a partir de un nuevo instrumento, un contrato laboral flexible e igual
para todos.
El asunto se parece
demasiado al chiste del cocinero del cuartel que comunica a la tropa una
noticia buena y otra mala. La mala es que comerán mierda; la buena, que habrá
para todos. Tal es el meollo de la lógica neocapitalista. Ya hemos cambiado el
nombre del Ministerio de Trabajo por el de Empleo. Dentro de nada lo llamaremos
Ministerio de Curro.
Draghi y Blanchard
dan por sentado que con la supresión de las «rigideces» el mercado de trabajo
se ensanchará y se revitalizará. Unos cuantos cientos de miles de empleos fijos
con salarios dignos son para ellos el cuello de botella que impide la creación en
España de millones y millones de empleos precarios con salarios de los que
mejor no hablar. Pero basan sus cálculos en teorías que ya han demostrado en
otras ocasiones su escasa fiabilidad. Ninguna evidencia científica ni empírica sostiene
sus afirmaciones. De hecho, todas las evidencias disponibles hasta ahora van en
el sentido contrario: a más reforma laboral, mayor destrucción de empleo. De
empleo a secas, no de empleo “privilegiado”.
Y eso no ocurre únicamente
en los países del Sur, debido a nuestra idiosincrasia particular de siesta y
relajo. Las recetas del liberalismo neocapitalista solo engordan a los gordos;
a los jambríos se les atragantan en cualquier latitud de la inmensa aldea
global.
Se nos quiere
imponer una reforma del mercado de trabajo que únicamente tiene en cuenta las
necesidades del capital y que soslaya cuestiones tales como la naturaleza del
trabajo humano; los tiempos, las condiciones, la coordinación y la estabilidad
precisas para que ese trabajo fructifique, y la exigencia de una remuneración suficiente
(no digo ya justa) para permitir la subsistencia y la reproducción de la fuerza
de trabajo. Todas esas cuestiones, y no son pocas, se dejan a beneficio de inventario. No afectan, al parecer, al fondo de la cuestión.
Se ha expulsado de la
comunidad de los economistas solventes no solo a Marx, faltaría más, sino al
mismo lord Keynes, culpable de haber promovido y bautizado una era de
prosperidad y de pleno empleo especialmente irritante para los poncios del
presente, que dogmatizan sobre las virtudes de los equilibrios presupuestarios
y de los darwinismos sociales.
En algo vienen a
parecerse altos funcionarios como Draghi y Blanchard al Dios providente. Como él, no han sido elegidos
por sufragio universal, y las fuentes de su poder son arcanas. En cuanto al
porcentaje de aciertos en sus profecías, es posible que tampoco sea tan grande la
diferencia. Y el «Amaos los unos a los otros» de los
Evangelios está en franco retroceso en nuestro mundo frente al exitoso
eslogan del «Hombre lobo para el hombre» acuñado por Hobbes.
Nos está haciendo
falta una refundación de todo.