Si es usted un ser
humano normal, no lo dude, su partido es el PP. Lo ha dicho don Mariano Rajoy.
Ese "si", esa partícula condicional, expresa una dosis de desconfianza inicial. Tal vez a fin
de cuentas usted, amigo ciudadano, no sea un ser humano normal del todo. Tal
vez sea usted proclive a músicas celestiales. Podría ocurrir incluso que usted no
esté sinceramente convencido de que, a fuerza de trabajo y honestidad, este
gobierno de seres humanos competentes y sacrificados está sacando a España de
la crisis.
La normalidad se
vende cara. Ocho de cada diez españoles, según una encuesta, no creen que se vaya
a reducir el desempleo en esta legislatura. Prácticamente los mismos estiman
que la actual política conduce a una situación de mayor desigualdad social. Sin
embargo, la carta de la economía, y no ninguna otra, es el terreno que ha elegido
el partido del gobierno para librar la batalla electoral de las ideas.
Contra los
experimentos. Contra la demagogia, el populismo, la frivolidad, el amateurismo,
las tendencias disgregadoras, el chavismo. Vayan ustedes sumando anormalidades.
Contra las ocurrencias mediáticas, contra las utopías sin base, contra la
improvisación y la insolvencia, contra las aventuras equivocadas, contra pactismos
que pueden conducirnos quién sabe a dónde. La retahíla prosigue. Cada día se
suma algún nuevo jinete a la gran cabalgata del Apocalipsis que nos pinta el
partido de los populares.
Hay una
correspondencia curiosa, pero no casual, de esa actitud con la raíz del
fundamentalismo religioso. Puesto que nosotros estamos firmemente aposentados
en la Verdad, fuera de nuestras filas no hay sino error y confusión. La Verdad
no puede transigir en ningún caso con el error. Tal es la teología subyacente
en una política rígida y dirigista que apuesta de forma nítida por el
atrincheramiento frente a todas las oposiciones.
Sí, por el búnker.
Y una vez eliminada
tanta grasa superflua del modelo ideal de votante, ¿a qué queda reducido el ser
humano normal? La imagen que uno evoca es la de un terrateniente, un militar, un
registrador de la propiedad y un boticario, que juegan al tresillo en un casino
provinciano y despotrican de las novedades. El camarero trota solícito para cerrar
los ventanales y correr las cortinas polvorientas, porque en la calle grupos de
vecinos protestan contra un desahucio. Los jugadores le han reclamado que
ahogue los ruidos de fuera, necesitan silencio y concentración, la puesta para
esta baza es importante.
Un país en sordina.
Otra vez, frente a frente, la España que muere y la España que bosteza.