En el curso de un
desayuno informativo celebrado en el Foro Europa Press, el actual presidente
del gobierno ha confirmado que desea ser el candidato de su partido a las
próximas elecciones generales.
La declaración no
habrá pillado desprevenido a nadie. La verdad es que se veía venir. Si era un
secreto de la Moncloa, no ha sido el mejor guardado, ni por el presidente ni
por su entorno. No se han percibido en Mariano Rajoy en la etapa más reciente
de la legislatura ni dudas, ni desánimo, ni cansancio. A pesar de todo lo que
ha caído, y de lo que está aún por caer, él sigue tan terne. Algunos sostienen
que no se entera, pero eso no es cierto. Lo ejemplar de Rajoy es su actitud
ante los problemas. Los problemas, sencillamente, no existen. «Salvo alguna
cosa», claro, que es lo que sale en la prensa. Algunos críticos alegan en su contra
que carece de algunas (o muchas) de las cualidades que caracterizan a un
dirigente político. Le faltarán otras, pero desde luego no el cuajo.
«Confíen en mí y
les irá bien», ha dicho. Palabras crípticas, que hay que saber interpretar.
Parecen indicar una cosa pero en realidad apuntan a otra distinta. Podrían querer
decir: “puesto que lo he hecho razonablemente bien, creo merecer la confianza
de todos ustedes”. Y sin embargo el mensaje subliminal que envuelven esas
palabras tranquilizadoras es otro, sutilmente amenazante para las voces críticas que despuntan en el seno de su formación: “cuidado, no se
crucen en mi camino que esto no ha hecho más que empezar.”
¿Les parece a
ustedes que exagero? Reparen en la forma en que ha ponderado nuestro presidente
«la seguridad y la estabilidad» que ofrece al votante el funcionamiento del PP:
«Aquí no se va uno y entra otro.» Si ese no es un aviso para navegantes, que
vengan todos los marianólogos del mundo y lo vean.
Ya en tono más relajado,
el Augusto ha afirmado que tampoco tiene intención de introducir cambios en el
equipo dirigente del partido. Luego, ha añadido la siguiente apostilla: «Aunque
si la tuviera, tampoco se lo diría.»
Algunos hablan de
retranca gallega ante frases como esa. Yo me pregunto más bien en quién pensaba
al decirlo. El manejo de los tiempos por parte del presidente es siempre
peculiar. Parece seguir con fervor aquel consejo de Oscar Wilde: «No dejes para
mañana lo que puedas hacer pasado mañana.» De momento, Rajoy ha expresado esa
misma idea con otro de sus giros léxicos peculiares: «No hay que hacer cositas
a corto plazo.»