sábado, 11 de abril de 2015

GENERALIZANDO SOBRE LOS CATALANES


Afirma Rafael Sánchez Ferlosio, y dice citar en ese punto a S.P. Huntington, que quien tiene un martillo cree ver clavos en todas partes. Algo así parece ser de aplicación al muy excelente señor embajador de España en Grecia. El sucedido es el siguiente.
La ciudad de Ámfissa está situada en las estribaciones del monte Parnaso, a pocos kilómetros de Delfos, en la cabecera de un valle cuajado de olivos y viñas que se extienden en forma de anfiteatro majestuoso hasta el golfo de Corinto, en el que Itea fue en tiempos un puerto comercial de importancia. Hacia el oeste, en la costa, la ciudad de Nafpacto guarda en su nombre y en sus antiguas murallas recuerdos de la batalla de Lepanto.
En la acrópolis de Ámfissa, asentada sobre un risco que corona la ciudad, se alzan los restos de una fortaleza medieval catalogada como franco-catalana, aunque sus fundamentos, muy anteriores, se remontan al siglo V antes de Cristo. La fortaleza estaba desde la época de las Cruzadas en posesión de la familia noble francesa de los Autremencourt, y en 1311 fue conquistada por tropas almogávares mandadas por Roger Desllor. En 1315 Desllor vendió el territorio conquistado al conde Federico o Fadrique, de la Casa de Aragón, y la ciudad pasó a ser cabeza del condado de Salona, que subsistió hasta la invasión turca en 1394.
En conmemoración del nacimiento del condado de Salona, del que se cumplen este año siete siglos justos, la ciudad decidió bautizar una de sus arterias con el nombre “de los Catalanes”, odos Katalanon. Por cortesía, se informó al señor embajador de España del día y hora de la ceremonia municipal, caso de que deseara estar presente. Sin cortesía, y sin necesidad, el aludido respondió que no tenía previsto asistir y tampoco podía estar de acuerdo con la iniciativa, porque «los catalanes son separatistas».
La rotunda declaración causó en las autoridades municipales una perplejidad fácil de imaginar. Incluso se evacuó alguna consulta a Exteriores sobre la oportunidad o no de la nueva nomenclatura viaria. Finalmente, todo se llevó a cabo como estaba previsto.
El atributo de “separatista” parece constituir, en la mentalidad del citado alto funcionario español, no una circunstancia coyuntural aplicable a algunos catalanes, sino una categoría universal que acompaña de forma indisoluble a la condición de catalán. Poco importa para el caso que España como tal no existiera en 1315, que Madrid fuera entonces solo un castillo del tiempo de los moros, y en lo que hoy es la Carrera de San Jerónimo triscaran las cabras. Los catalanes eran ya, por su índole o condición natural, separatistas avant la lettre, del mismo modo que los judíos son necesariamente ladinos, los moros tornadizos, o los orientales enigmáticos e impenetrables.
Sería cosa de sugerir al funcionario tan escasamente diplomático que elija con más cuidado los objetivos en los que desfogar su sana agresividad de español a machamartillo. Creyendo ensartar a algún gigante, quizás está topando con las aspas de un molino de viento. Por cierto, don Miguel de Cervantes, cuyos huesos se desentierran con reverencia en estos días, no solo era sospechoso de converso, sino que en su obra inmortal dejó escritos algunos elogios encendidos a los catalanes.