Hay palabras que asustan,
como la “refundación” referida al
sindicato. Algunos la imaginan como un borrón y cuenta nueva, un rechazo en
bloque a todo lo que ha llovido desde la primera fundación. No es así,
necesariamente.
Si se utiliza en
cambio la palabra “renovación”, como en el título que encabeza esta reflexión,
todo el mundo está de acuerdo. La renovación supone un cambio agradable, como cuando
se corrige la posición del tresillo del cuarto de estar o se empapela el
dormitorio de los niños. Ahora bien, las propuestas que se están formulando de
refundación o renovación de los sindicatos se sitúan en algún punto aún no concretado
del todo, pero que se sitúa entre los dos extremos anteriores, y los excluye: el
uno representaría nada más un cambio cosmético, un repaso metafórico de chapa y
pintura; el otro, un penoso recomienzo de nuevo desde cero.
Para el maestro Umberto Romagnoli, que nos ha regalado algunas metáforas
magníficas sobre la condición peculiar del sindicato, este es como un galeón con
todas las velas desplegadas que necesita virar de bordo. En un velero de buenas
condiciones marineras, la tripulación será perfectamente capaz de cumplir la
orden del capitán incluso en circunstancias climáticas adversas, porque dispone
de todos los artilugios necesarios para ello y de los instrumentos de
navegación adecuados; pero el cambio de rumbo no será inmediato, ni automático.
Exigirá tiempo, porque se trata de una maniobra compleja que implica la
conjunción y coordinación de muchos esfuerzos.
El sindicato
necesita cambiar de rumbo. Al hablar de sindicato no me refiero a una central
sindical en particular, sino a ese ente profundamente unitario que se trasluce
a través del conjunto de sus distintas formas organizadas. Un ente cuya
sustancia es el trabajo asalariado, cuyos protagonistas son los propios
trabajadores, y cuyas direcciones se inmiscuyen legítimamente, con personalidad
propia, en el terreno de la política. De la gran política, preciso, dada la
diferencia muy perceptible a simple vista entre una gran política dirigida al
bien común y una política pequeña que se entretiene en disputas agrias en torno
al reparto de prebendas y posiciones de ventaja. La diferencia entre ambas es
la que, según comentó ayer un compañero entrañable de siempre, se da entre «las
cosas de la política, y la política de las cosas».
Las causas del
cambio de rumbo sindical se encuentran mayoritariamente fuera de él mismo. Son
los cambios en el pluriverso del trabajo los que exigen cambios en la andadura:
se están generando cambios drásticos en las formas de la producción, de la tecnología, de la organización del
trabajo y de su regulación jurídica. El viento de la historia sopla fuerte en
ese sentido, con potencia suficiente para hacer zozobrar el navío sindical si
este está mal dirigido o si maniobra con torpeza.
Luego hay asuntos
internos, reducibles a conductas, rutinas, focos de mala imagen, desvíos que es
necesario enderezar. Tampoco estos se limitan a una de las casas sindicales. Para
abordarlos no hace falta refundación, ciertamente, y tampoco renovación, si
hablamos en puridad. Se trata de un problema distinto, y sería perjudicial,
además de poco pedagógico, juntarlos los dos en uno.