Quizá la idea expuesta hace poco en estas páginas de que la izquierda se ha "desubicado" en algún momento de su recorrido, es falsa en sí misma. En estos párrafos de Riccardo Terzi, escritos el 1.6.2012 dentro del intercambio epistolar con Fausto Bertinotti publicado en el libro La discorde amicizia, se plantea una tesis diferente. Hay un hueco, un "vulnus" en la teoría de Marx, y es la teoría del Estado. Marx describió el momento de la negación, pero dejó en el aire el de la construcción de la sociedad socialista, como utopía. Se ha intentado rellenar esa ausencia teórica de diversas maneras, y el saldo muestra una serie de fracasos. Podemos llamarlos "derrotas", pero el juicio del autor del texto que aparece a continuación es más duro: no son derrotas, son fracasos.
Escribe Riccardo Terzi:
«¿Qué
importancia debemos asignar hoy a Marx en nuestra reflexión? ¿En qué medida
podemos llamarnos marxistas todavía? Por extraño que parezca, son pocos los
casos en que se ha intentado dar una respuesta a estos interrogantes mediante
una investigación histórica rigurosa y sincera. Ha prevalecido la eliminación, la
ficción de que estamos «más allá», que hemos sobrepasado las antiguas
categorías ideológicas del siglo XX.
»Mi
opinión personal es que Marx sigue siendo una clave indispensable de acceso a
la comprensión e interpretación de la sociedad capitalista, de la que
desvela su mecanismo secreto, las relaciones de poder y la distorsión alienante
de las relaciones humanas. El capitalismo actual aparece como una ampliación extrema
y monstruosa de los caracteres que Marx intuyó entonces como una forma de despliegue
del dominio, del control autoritario sobre el trabajo y la vida de las
personas; como una organización «total», que comprime todo espacio de
autonomía y pone fuera de juego cualquier forma de subjetividad
alternativa.
»Sin
embargo, por otro lado, su mesianismo revolucionario y el anuncio de un futuro
«reino de la libertad» no han superado la prueba de la historia. Puede parecer
paradójico, pero la idea de la revolución no está adecuadamente elaborada y
pensada por Marx. Este fallo teórico es lo que ha posibilitado que las
degeneraciones hayan hecho descarrilar al movimiento comunista. Como elaboró el
momento de la negación y dejó totalmente en suspenso la futura
organización política y social, se abrió una brecha por la que han podido colarse
y reproducirse las antiguas lógicas de la opresión y el dominio sin encontrar
ninguna resistencia eficaz.
»Se
trata de una auténtica inversión, y en este engaño todos nosotros nos hemos visto
atrapados: es la ilusión de que el proceso revolucionario contiene in se la
manera de ir más allá de sus límites. No se trata solamente de las
degeneraciones del estalinismo, sino del modo en que desde el inicio, con
Lenin, se impuso el problema del poder y la organización del Estado. La
«revolución cultural» china no es una excepción ya que fue una movilización
manipulada desde arriba para ajustar las cuentas al conjunto de la oligarquía
dominante.
»¿Cómo
podemos calificar todo este proceso histórico? Mi respuesta es que se trata de
un «fracaso». He discutido recientemente con un amigo, que prefiere llamarlo
«derrota». Son dos cosas muy divergentes: la derrota significa que hemos sido
diezmados por las relaciones de fuerza; sin embargo, el fracaso indica un
vicio de origen en el proyecto político mismo. Si decimos solamente «derrota»
estamos indicando que íbamos encaminados en la dirección correcta y que sólo razones
externas interrumpieron aquel glorioso camino. Por eso pienso que debemos someter
a crítica todas las formas políticas que se han realizado durante ese proceso.
Ese extraordinario bagaje cultural sigue siendo imprescindible para la
comprensión del mundo actual, pero cuenta con infinitas gangas de las que
debemos liberarnos. No pueden liquidarse como desviaciones o contratiempos de
la historia, sino que indican la existencia de un vulnus, una fragilidad
de fondo. El vulnus es la ausencia de una teoría del Estado,
sobre este punto comparto el juicio de Norberto Bobbio.
»Del
Estado sólo se ha predicado que debería extinguirse. Pero esta extinción queda
como un evento mítico, imaginario. Y a la espera de que el mito se cumpla, todo
queda justificado. De ese modo se concreta una brecha total entre el presente y
el futuro: hoy, un dominio despiadado; mañana – quién sabe cuándo – el final de
todo dominio. Es la relación de los medios con los fines lo que está privado de
coherencia. Esta es una tentación que retorna periódicamente; por ello, cada
vez que se reclama la «primacía de la política» me parece advertir este impulso
de extrema irresponsabilidad, que hace coincidir la política con lo arbitrario.
»Es
siempre peligroso proyectar a plazo excesivamente largo la propia meta en un
futuro imaginario. Esta es la trampa de la idea de «progreso»: una idea que
nunca está en el presente, siempre se contempla en el futuro, como una
proyección histórica. Desde esta óptica, la izquierda siempre está fuera del
tiempo; es la imaginación de un mundo que debería ser, pero que nunca es capaz
de plasmar nuestro presente, nuestra realidad de hecho. Por eso, nunca he
compartido los arrebatos líricos de la utopía y me mantengo fiel a Maquiavelo,
a su realismo: un realismo que conecta estrechamente los fines y los medios
como elementos indisolubles de un proceso único, como las articulaciones
concretas de un proyecto político. Por otra parte, bastaría leer volver a leer
las palabras despectivas de Marx hacia los socialistas utópicos.»