martes, 14 de abril de 2015

MONSEÑOR ROUCO Y LA VEDA LEVANTADA


Algunos grupos cristianos de base están promoviendo un escrache frente a la actual residencia de Monseñor Antonio María Rouco Varela, el ex cardenal primado y ex presidente de la Conferencia Episcopal española.
El suceso es lamentable en sí mismo, tanto más por el hecho de que Monseñor no se ha trasladado por gusto al ático que ocupa desde hace pocos días frente a la catedral de la Almudena. Después de ser relevado de sus cargos, tardó más de seis meses en abandonar el Palacio Episcopal de la madrileña calle de San Justo. Para ser precisos, tan a gusto se encontraba allí después de veinte fructíferos años de residencia, que comunicó a sus vicarios apostólicos su intención de quedarse por tiempo indefinido, y de mantener asimismo el coche oficial y el chófer. Como contrapartida, ofreció a su sucesor en la diócesis la posibilidad de ocupar como inquilino unas habitaciones de la planta baja del palacio.
La solución no pareció adecuada a la jerarquía, pero Monseñor siguió sin moverse hasta que finalizaron las reformas en el ático antes aludido, una propiedad de la Iglesia, que lo había recibido por donación. Las reformas han costado, según cálculos aparecidos en la prensa diaria, más o menos medio millón de euros, pero el arzobispo de Toledo y actual primado de España señala que hay mucha exageración en tales rumores. Afirma don Braulio Rodríguez que el problema está en otra parte. Según sus palabras, «se ha levantado la veda», y Monseñor «está en el disparadero de muchos».
Supongamos que sea así. ¿Es malo que se haya levantado la veda en ese sentido preciso? En la dirección contraria, es decir en la de la jerarquía hacia la feligresía e incluso (y sobre todo) más allá de ésta, la veda ha estado permanentemente levantada in saecula saeculorum. En fechas recientes, la cúpula eclesiástica ha respaldado sin fisuras la política de austeridad desarrollada por el gobierno, y ha bendecido la utilidad de los sacrificios – no escasos – que esa política impone a la ciudadanía. Quizás, debería reflexionar don Braulio, ese hecho podría estar conectado a un “levantamiento de la veda” contra determinadas actitudes que a él le parecen correctas y loables. Dice la sabiduría popular que no es lo mismo predicar que dar trigo; y dando vuelta al sentido de otro refrán, también es cierto que repicar no parece suficiente si no se acompaña dicha tarea con la presencia personal en la procesión.  
Quien ha desempeñado un puesto destacado como «siervo de los siervos de Dios», para expresarlo según una convención oficialmente aceptada, ¿debe estar situado por encima de toda crítica de la grey a la que ha pastoreado? ¿Su alta posición le otorga bula para comportarse como mejor le parezca? ¿O se le debe exigir ejemplaridad, por ejemplo en relación con la pobreza evangélica tal y como es comúnmente descrita y alentada por la doctrina?
Son cuestiones de difícil manejo, pero puede iluminarnos en ese laberinto un argumento de autoridad indiscutible: «Y el que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar.» (Marcos 9, 42).