Los maitines del
partido apostólico parecían un velorio. El Augusto quiso poner una nota optimista
en la reunión y se adornó una vez más con un desplante pinturero muy en su
estilo Zarza Ardiendo en el Monte Sinaí: “Habrá que hacer lo que haya de
hacerse.” Como si nada, no hubo ninguna reacción. Los cofrades siguieron
impertérritos, labios apretados, cabezas gachas. “Que hable alguien”, les
conminó el Augusto.
Era demasiado
pronto para reaccionar, no obstante; se necesita tiempo para procesar en toda su
profundidad las consignas del Augusto. Los barones y las baronesas, los líderes
y las lideresas, prefirieron ganar tiempo y dar la callada por respuesta. En el
trance, solo pidió la palabra una muchacha de Nuevas Generaciones, y se salió
por peteneras: que había que dar más protagonismo a los jóvenes. Niña, que se
te entiende todo, murmuraron los demás para sus adentros.
En los días
siguientes, con cuentagotas primero, torrencialmente después, fueron apareciendo
distintas reacciones a la consigna del Augusto. “Hay que nombrar a un nuevo
responsable de campaña.” “Bien.” “La medida es insuficiente, se necesita algo
más.”
Bien también, pero
¿qué más? “Urge un recambio en la secretaría general”, se alzó una voz. Fue
contestada con fiereza: “Quienes han perdido las elecciones en Andalucía, ahora
quieren destruir el partido.” La búsqueda de responsabilidades a todo trance atizó
las banderías; el grupo de ministros nucleado por Pastor se posicionó contra el
grupo promovido por la vicepresidenta. Viceversa.
Hubo quien filtró a
los medios historias de una Génova desierta, de ausencia de orientaciones, de errores
en la comunicación, de inexistencia de una política de alianzas. Los medios,
siempre voraces, se hicieron eco de todo.
Atrapado en la
vorágine de la centrifugadora que él mismo había puesto en marcha, el Augusto
recogió velas con la convocatoria de la Junta Directiva Nacional, un chisme
curioso de cuya existencia nadie se acordaba pero que algún cerebrito de
presidencia, desempolvando los estatutos, descubrió que seguía vigente y
operativo.
Seiscientos
junteros reunidos pueden armar una algarabía considerable. El Augusto se
dirigió al estrado, desplegó sus papeles, y micrófono en ristre, con el gesto
sereno y lleno de autoridad de un Moisés calmando las aguas procelosas de un
Mar Rojo de circunstancias, cantó la nueva consigna:
“Que se calle
alguien.”