Pietro Nenni contó
en sus Memorias que cuando el Partido Socialista Italiano decidió romper el
frente común con los comunistas y trabajar en la consolidación de un espacio de
centro-izquierda, Palmiro Togliatti utilizó toda su capacidad de persuasión
para intentar convencerle de que aquel era un paso equivocado. Después de varias
tensas conversaciones, el líder comunista constató que no habría marcha atrás y
la ruptura era ya un hecho consumado e irreversible. Entonces suspiró: «¡Feliz
tú que vas a hacer política! Yo me veré reducido a hacer solo propaganda.»
Hoy nos encontramos
en España delante de una disyuntiva bastante parecida. En el seno de una
sociedad en mutación, con una clase política arruinada por el descrédito y ante
un gobierno de la derecha enfangado en políticas de corte ventajista e
impopular, las diferentes izquierdas se encuentran en una encrucijada crítica.
Pueden resolverla haciendo propaganda, o bien haciendo política.
Propaganda es
plantear que tenemos en nuestra “casa” todas las respuestas ajustadas a las
demandas de la ciudadanía. No es así. La situación real es más bien la que
expresó Mario Benedetti en una frase feliz: «Cuando creíamos tener todas las
respuestas, nos han cambiado las preguntas.»
Propaganda es
también la idea radical del borrón y cuenta nueva, la utopía de empezar una vez
más desde cero, fiándolo todo a las virtudes de la asamblea o el círculo. Cualquier
cosa que crece sobre la tierra lo hace a partir de sus raíces, y a mayor
profundidad y grosor de las raíces se corresponden una altura y una corpulencia
también mayor de la planta.
Propaganda es
demonizar al rival político, querer avanzar a partir de vetos, de exclusiones y
de descalificaciones. Es esa cantinela tan repetida a lo largo de las campañas
electorales, y tan silenciada después: «¡Nunca pactaremos con ellos!» Curiosa
táctica la que consiste, en lugar de aislar al enemigo, en aislarse a sí mismo del
vecino al que posiblemente no haya más remedio que recurrir a corto plazo.
Quedarse en política
en el momento del rechazo y de la negación es quedarse a la mitad del camino.
En la política están sin solución de continuidad el momento del rechazo y el de
la alternativa. El conflicto, y la política de alianzas para superarlo. La
política, para expresarlo con la fraseología de la dialéctica hegeliana, tiene
su coronación en la síntesis.
Tampoco hay que
magnificar la síntesis. Representa un máximo común divisor, algo que queda muy
por debajo de las expectativas de cada grupo concernido, de lo que se suele llamar
su “programa máximo” o de máximos.
Pero la síntesis es
el meollo de la política. Partir de la realidad factual, no para gestionarla en
sus mismos términos con más o menos habilidad, sino para llevarla un poco más
allá a lo largo de un itinerario, de un trayecto ideal, que nunca será idéntico
para todos los grupos que han suscrito esa síntesis.
La política, la “gran”
política, es un ejercicio penoso e ingrato, poco propicio para triunfos
resonantes y no apto para impaciencias ni para ambiciones excesivas. Es, sin
embargo, un ejercicio necesario para todos aquellos que no la conciben como un
proceso de asalto al poder, sino como un despliegue molecular progresivo de brotes
verdes de hegemonía social y cultural.