El independentismo
está en un embrollo. La estrategia estaba cantada: se declaraba la
independencia unilateral para verlas venir, a ver lo que pasaba. Cabía en lo
posible que el estado opresor reaccionara con cierta virulencia. De hecho, reaccionó
tantísimo que Marta Rovira quedó desagradablemente sorprendida, hombre, tampoco
era para ponerse así. En todo caso, la cohorte de los justos había de recibir
como recompensa adecuada la palma del martirio, y convertirse en sujeto
protagonista de un procès bis, adornado con el lema épico del “salvad al
soldado Ryan”, para entendernos. Toda la Catalunya ferma entraría en una
espiral de movilización permanente para conseguir la liberación de los presos y
su retorno triunfal a la plaza de Sant Jaume, probablemente en autobús
descubierto, como hace el Barça cuando gana la Liga.
De modo que,
siguiendo al pie de la letra el guión establecido, el grueso de los consellers comprometidos
más los Jordis declararon ante el juez que todo había sido una aventi sin base
en la realidad, ingresaron en Estremera y sufrieron con mayor o menor
resignación las vejaciones reglamentariamente establecidas. Los dos Tururull han
declarado a su salida que en la cárcel se come muy mal. Fatal, vamos. Tenían
flatulencias. Personas que han visitado a Junqueras, que aún sigue dentro,
dicen que está más delgado. No se sabe si eso es bueno o malo, quizá estaba un
poco pasado de kilos.
Pero otra parte de
los conjurados alteraron inesperadamente el guión y picaron soleta. Encabezados
por Puchi y Toni Comín, se han instalado tan ricamente en Bruselas, donde de
todos modos tampoco se come tan bien como en el Celler de Can Roca, y es
sabido que las coles son flatulentas.
Este cambio repentino
de programa tampoco es ni bueno ni malo en sí, le pasa como a la delgadez de
Oriol; pero es innegable que introduce una disociación incómoda respecto del
orden de los acontecimientos tal como había sido previsto originalmente. Afincado
en un punto cardinal radicalmente diferente del Sur de Estremera, también el
bruselés Puigdemont sueña con un retorno triunfal al Palau, en el autobús del
Barça y pasando previamente por la basílica de la Merced para la ofrenda votiva
del cáliz de la amargura. También él espera un gran movimiento de masas que
contribuya a aproximarlo a la meta final. Mientras tanto, está dispuesto a
gobernar por skype.
La Catalunya ferma,
puesta en la tesitura, no sabe muy bien qué hacer. Para unos, lo prioritario sería
la redención de los presos; para otros, el retorno digno de la legitimidad
secular. Pero ¿cómo combinar las dos reivindicaciones en una sola manifestación
que dé la medida de una voluntad unánime? No se atina a ver cómo, y Carme
Forcadell, tal vez la única con recursos imaginativos y organizativos
suficientes para conseguir la cuadratura de ese círculo vicioso, ha tirado la
toalla y ha dicho que se va para su casa. Malos tiempos para la lírica.