miércoles, 31 de enero de 2018

FUTURO DEL TRABAJO, FUTURO A SECAS


Ha salido a la “nube” virtual el número 11 de la revista digital Pasos a la Izquierda. El lector puede elegir en ella mucha sustancia en la que hincar el diente. Voy a limitarme a señalar en concreto un trabajo que conozco bien: yo he sido quien lo ha traducido. Se trata de Tres escenarios para el futuro del trabajo, de Dominique Méda (ver en http://pasosalaizquierda.com/?p=3497). No es una lectura fácil, pero sí es indispensable. En particular porque, al hablar de las alternativas posibles para la evolución del trabajo en el actual escalón tecnológico y en el ordenamiento geopolítico existente, Méda no nos está advirtiendo solo acerca del futuro del trabajo en abstracto, sino de nuestro futuro concreto en tanto que raza humana, humanidad, planeta habitable.
La mutación en curso del concepto del trabajo, tal como este había sido entendido en la época del maquinismo y la automatización de los procesos productivos, es un elemento central del futuro que nos espera.
Entendámonos. Se suele hablar de la “centralidad” del trabajo, como referencia a unas políticas dirigidas a promover y extender el empleo asalariado (se añade comúnmente el adjetivo “decente” o “digno”, en alusión a su retribución equitativa y a las condiciones razonables de duración, ritmos, seguridad, higiene, etc.) a la mayor porción posible del censo de personas en edad laboral; tendencialmente, al pleno empleo.
Es mucho, pero no es suficiente.
¿Qué más importa tener en cuenta? Fundamentalmente, el para qué se trabaja. Esta es una cuestión que no ha sido abordada en medida suficiente por los defensores del empleo para todos. Sobre todo, dado que las tesis neoliberales han impuesto en la práctica el credo de que el fin último de una empresa productiva es proporcionar un beneficio lo más alto posible a los accionistas. Y este extremo tiende a ser silenciado, así por los tirios como por los troyanos.
Sobre todo, dado que la carrera de las distintas potencias y superpotencias por el esquilmo de las materias primas, y los abusos continuados con el aire, el agua y la atmósfera que nos envuelve, están poniendo en peligro la supervivencia misma, no tanto del planeta azul, como de quienes lo habitamos: humanos, animales y plantas.
Sobre todo, dado que el crecimiento económico se concibe en términos meramente cuantitativos, medidos por instrumentos sesgados, como el PIB, que resaltan unas características económicas y omiten otras, no inocentemente sino por una toma de posición ideológica.
Es la cualidad y no la cantidad del crecimiento lo que es necesario promover desde las políticas económicas; es la sostenibilidad del modelo propugnado lo que define la posibilidad misma de un futuro para las generaciones venideras.
El trabajo en el actual escalón tecnológico adquiere asimismo una nueva dimensión. No es ya trabajo-masa, abstracto, anónimo, heterodirigido, sino, en buena medida, trabajo inteligente, con una gran dosis de autonomía en su realización. Y no debe estar al servicio del designio de enriquecimiento de los detentadores de los medios productivos, sino sobre todo al de un esfuerzo colectivo libre y consciente por poner la técnica al servicio de las personas, y no a la inversa.
Las capacidades de uso de la tecnología permiten hoy la fijación democrática, en el planteamiento de las actividades productivas y comerciales, de objetivos que trasciendan el beneficio individual y resulten provechosos para el común; que tengan una utilidad social y desechen en este sentido tanto lo dañino como lo superfluo. Y ya en último término, actividades dirigidas a preservar y transmitir el patrimonio común existente a las generaciones futuras, tal y como nos ha sido entregado a nosotros por las generaciones pasadas.
También es posible hoy multiplicar e imprimir una eficacia infinitamente mayor a las actividades relacionadas con la sanidad, la educación permanente, la alimentación sana, la calidad de vida, en particular de las personas más vulnerables y desprotegidas. Y considerar todo el campo de los cuidados asistenciales como una actividad económica que debe ser adecuadamente provista y remunerada, en lugar de dejarse al ejercicio privado de la caridad o al cargo de las mujeres de la familia según un sambenito de adjudicación irreversible, tal y como tradicionalmente ha sido entendido.
De este modo todo el volumen de trabajo humano tendría un sentido trascendente a él mismo, y una utilidad y durabilidad mensurables socialmente; lo cual comportaría cambios profundos y permanentes en la vida económica, social e incluso individual.
Frente a Trump y frente a Putin, enfrascados en la carrera por una hegemonía expoliadora globalizada suicida e idiota; y frente a Rajoy, que sin ver en ninguna parte más beneficio que el de su propio bolsillo, sigue empeñado en prolongar la miseria de la rutina administrativa, de la corrupción como única vía hacia la prosperidad, de la normalización de la precariedad en el empleo, del crecimiento basado en un modelo energético anticuado dependiente del carbón, de la subordinación aceptada en la cadena del valor y en la jerarquía económica internacional.
Frente a estas perspectivas desoladoras, el futuro alternativo posible significa, por ejemplo, la creación de infraestructuras para la implantación y el desarrollo de energías limpias, y un crecimiento sostenible y cualitativamente diverso, desde un control social normado, democrático y razonable. Una fuerza de trabajo que piensa con su propia cabeza, y no la de la dirección de la empresa. Una democracia más amplia y comprensiva, que ha de aprobar la gran asignatura que le falta, y cruzar decididamente las puertas de los centros de trabajo.
Hoy se trata de apostar en serio por un futuro así, o dejarse ir adonde buenamente nos lleven los mandatarios de turno.
Expresado con palabras mejor dichas, y con datos fiables, razonamientos de expertos y ejemplos apropiados, es lo que nos cuenta Dominique Méda.