jueves, 4 de enero de 2018

CATALUNYA Y LA TEORÍA DE LOS JUEGOS


Analistas agudos como Enric Juliana comparan la complicada situación de Catalunya con un sudoku. Es cuestión de ordenar números, de buscar casillas para ellos y de completar líneas y grupos para resolver el acertijo. En el sudoku hay siempre una solución – solo una – y está oculta; el jugador debe encontrarla, a través de distintas conjeturas.
Lo que ocurre en este momento en Catalunya no se parece, sin embargo, a un sudoku. Es más como una partida de ajedrez, en la que es necesario conjugar la acción de piezas diferentes, con intenciones (movimientos) contrapuestas, para obtener la resultante de una posición de conjunto favorable para el bando propio. No hay soluciones cerradas en el ajedrez; hay muchas formas distintas de ganar la partida, y también de perderla. Un jugador obsesionado por mejorar la colocación de su dama puede dejarse encerrado un alfil. Las ventajas se alternan entre los jugadores, y los equilibrios dinámicos se suceden.
La clave del ajedrez es la combinación armónica de elementos dispares. Si suponemos la existencia de un alma en el juego, esta sería diferente del alma de cada una de las piezas que lo componen. Ningún jugador sensato tratará de que su torre se mueva como un caballo, y viceversa. Esta idea – básica – la desarrolló el sindicalista y político italiano Vittorio Foa en un libro importante que lleva precisamente este título, “El caballo y la torre”, y este mensaje de fondo: tanto la torre como el caballo son capaces de dar jaque mate, pero cada pieza solo puede hacerlo a su manera.
Tenemos en Catalunya una situación en la que las dos fuerzas principales del independentismo, PDeCAT y ERC, no se ponen de acuerdo sobre la presidencia de la autonomía, sobre las personas que compondrían el gobierno ni sobre las líneas fundamentales de la política a seguir desde mañana o pasado mañana. La tercera fuerza independentista, la CUP, está abiertamente en contra de las otras dos. En el otro bando, el de los mal llamados “constitucionalistas”, cunden la desunión y el enfrentamiento. Albiol azuza a Arrimadas, y si Iceta no lo hace a su vez, no faltan los ucases que corrigen desde Ferraz los movimientos tácticos de un líder siempre en precario. Los Comuns declaran que no facilitarán la investidura de Arrimadas ni la de Puigdemont. En resumen, las distintas opciones no independentistas están muy lejos de formar un bloque coherente.
Y sin embargo, se afirma en todos los comentarios la idea de que Catalunya es “un sol poble”. Nunca lo ha sido. Se ponen como ejemplo ocasiones puntuales en que todas las fuerzas políticas y sociales remaron juntas. Se olvida en cambio la cantidad de guerras civiles que han jalonado la historia del país, desde la guerra del comte d’Urgell y la del príncipe de Viana hasta las carlinadas. Se recuerda la historia ejemplar de la Coordinadora de Fuerzas Políticas y la Asamblea de Cataluña en el tardofranquismo y la transición; pero se corre un velo tupido sobre lo que ocurrió después. Se señala (desde la izquierda) la capacidad de hegemonía que tuvo el PSUC en un momento dado, y siguen sin extraerse las lecciones de la implosión del propio PSUC porque aspiraba a “un sol poble” pero tenía en su seno dos almas (por lo menos; fueron más bien tres o cuatro) imposibles de conciliar. Sobre la “gran” escisión del PSUC (había habido otras, antes) y sus secuelas, se ha pasado página con bastante apresuramiento. En buena parte, la “llaga” sigue sin desinfectar, para expresarlo con las palabras de Josep Borrell respecto de otra cosa.
Sigue existiendo de alguna manera la idea de que el eje Barcelona-Mataró, aquella línea férrea inaugural de la modernidad, sigue siendo la cifra y el resumen de una Catalunya cuyo interior queda reducido a hinterland. Pero no son reducibles a un máximo común divisor Vic, Olot, Berga, Manresa, Balaguer, Solsona. El error es similar y paralelo al de quienes ven en Catalunya una extensión más de la dinámica centralista puesta en marcha desde Madrid, a la que debe plegarse en todo.
Nuestros políticos deberían aprender a poner en valor sobre el tablero común las piezas diferentes, e incluso contradictorias en sus expectativas, que componen el juego. Deberían dedicarse más al ajedrez, en lugar de resolver sudokus.