Mariano Rajoy ha
saludado el nuevo año con un canto al “España va bien” en el que ha incrustado
un único pero: el problema catalán. Por fortuna, dice nuestro presidente casi
vitalicio, dicho problema no es de importancia.
Las declaraciones
de Mariano son asombrosas en sí mismas y merecerían el récord Guinness del
dontancredismo, que estoy seguro que ahora mismo le están negando por envidia ponzoñosa
algunos enemigos agazapados en la sombra, posiblemente los hackers de la mafia
rusa, esos hijos de Putin.
En un ejercicio de
solipsismo o de desmemoria, que viene a ser lo mismo, Mariano ha obviado la reprimenda
europea sobre el trato como mínimo benevolente a la corrupción en España. Europa,
dicho quede entre paréntesis, pide demasiado porque un ápice de rigor en este tema
obligaría a Mariano a dimitir ipso facto, y eso sería (quizá) pedirle demasiado.
España también tiene
cuentas pendientes en la lucha contra el cambio climático puesta en marcha en
la Cumbre de París: no solo no ha hecho absolutamente nada en este sentido, sino
que ha anulado vía Constitucional iniciativas de algunas autonomías, singularmente
la catalana (“los catalanes hacen cosas”), por injerencia en una prerrogativa del
Estado que el Estado no ejerce.
En el tema de los
refugiados, España no solo ha incumplido todos los cupos previstos, sino que
sigue a rajatabla la norma de “antes muertos que pisar mis playas”.
Si estos tres temas
– y me fijo solo en tres – no han sido traídos a colación en el discurso de fin
de año de Mariano, quiere decirse que no se albergan en su espíritu ni el dolor
de corazón ni – más importante – el propósito de enmienda.
Resumiendo: vamos
como vamos, con o sin problema catalán.
La actitud
tancredista de Mariano me recuerda a la de otro personaje rigurosamente actual,
José Mourinho. El credo futbolístico de Mourinho ha sido siempre el mismo que
practica Mariano en el terreno, ¡tan parecido!, de la política. A saber, el
método antiguo pero de eficacia probada del perro del hortelano: ni hacer, ni dejar hacer.
Los equipos entrenados por el portugués se distinguen por lo general en el
no-fútbol, un trabajo paciente de hormiguita de destrucción del juego rival.
Mariano está también mucho más atento a poner palos en las ruedas de los demás
que a desarrollar una idea propia y efectiva de gobierno. Si cree que España va
bien, es porque les va bien a sus amigos, salvo alguna cosa (relacionada con
los macrojuicios de corrupción, cuestión que, como se ha dicho antes, no tocó
en su discurso).
Al parecer,
Mourinho ha criticado la pasión demostrada desde el banquillo por otros
entrenadores de la Premier League inglesa, y les ha llamado "payasos". La cosa tendría alguna coherencia si
Mourinho pudiera ponerse a sí mismo de ejemplo de contención, sensatez y fair play con los rivales a lo largo de
su trayectoria. Uno de los aludidos por él, Antonio Conte, mister del Chelsea, ha replicado diciendo que lo de José es
demencia senil.
No llegaré yo a
tanto en relación con Mariano. Saquen la consecuencia ustedes mismos. Y si es
blanco, líquido y en botella, hay muchas probabilidades de que se trate de
leche.